En aquel tiempo, uno de los comensales dijo a Jesús: «¡Dichoso el que coma en el banquete del reino de Dios!»
Jesús le contestó: «Un hombre daba un gran banquete y convidó a mucha gente; a la hora del banquete mandó un criado a avisar a los convidados: "Venid, que ya está preparado." Pero ellos se excusaron uno tras otro. El primero le dijo: "He comprado un campo y tengo que ir a verlo. Dispénsame, por favor." Otro dijo: "He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas. Dispénsame, por favor." Otro dijo: "Me acabo de casar y, naturalmente, no puedo ir." El criado volvió a contárselo al amo. Entonces el dueño de casa, indignado, le dijo al criado: "Sal corriendo a las plazas y calles de la ciudad y tráete a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos." El criado dijo: "Señor, se ha hecho lo que mandaste, y todavía queda sitio." Entonces el amo le dijo: "Sal por los caminos y senderos e insísteles hasta que entren y se me llene la casa." Y os digo que ninguno de aquellos convidados probará mi banquete.»
"¿Cuándo me invitaste a tu mesa? De haber sabido de tu invitación, no hubiera faltado..."
¿Le hace falta a un hijo que su madre le invite a sentarse a la mesa familiar?
"Pero ¿cómo iba a saber qué día acudir a tu puerta?"
Para ti no es necesaria una cita. A todas horas, todos los días, tienes la puerta abierta.
"Hubiera preferido quedar en un momento concreto para organizarme..."
...
Entiendo. Una nota en tu agenda. Una cita más. Un quehacer. Un... ¿compromiso?
"¡No! Pero sabes que todo el día corro de un lado a otro."
No te esfuerces. Tú no consideras mi casa tu hogar.
No finjas. Soy un contacto más. Una anotación. Algo pendiente... que en algún momento habrá que hacer.
Anda y ve a tachar cosas de tu lista interminable hasta que el que acabe seas tú.
Entonces buscarás mi dirección en tu bolsillo por no haberla guardado en el corazón.
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