En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: «Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mi no puede ser discípulo mio. Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: "Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar. ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.»
Un hombre entró en el mar. Era casi de noche.
Había perdido un tesoro,
pero su corazón le dijo que
en medio del mar
podría recuperarlo.
El hombre se detuvo.
Si nadaba mar adentro...
¿cómo podría sostenerse a flote
una vez le devolvieran su tesoro?
¿No volvería a perderlo
al no poder bracear
mientras lo sostenía en brazos?
Al no poder mantenerse a flote,
¿no perecerían
ahogados los dos?
...
Pero no había
otra forma de recuperarlo.
El hombre comenzó a nadar
hacia la oscuridad
y una vez ésta le rodeó por completo,
al alzar la vista vio su tesoro.
De nuevo, trató de pensar con rapidez
cómo podría hacer
para nadar a la vez que
lo mantenía en sus brazos...
Su mente y su corazón
flotaban jadeando en la noche
cuando, desde lo alto,
su tesoro le tendió la mano.
El hombre levantó la suya
y asió la del niño,
quien lo izó desde las negras aguas
devolviéndole al calor
y a la luz..
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