jueves, 5 de noviembre de 2015

Lucas 15, 1-10

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: «Ése acoge a los pecadores y come con ellos.»
Jesús les dijo esta parábola: «Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: "¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido." Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse. Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas para decirles: "¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido." Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.»


Apoyada la espalda contra la pared, cerró los ojos, tomó aire y salió de nuevo corriendo.
Habían pasado dos horas desde el final del choque y el caballero se negaba a volver al campamento.
Entre los restos, ya había encontrado a varios hombres aún vivos, aunque la muerte ya estaba sentada junto a ellos... y estaba seguro de que aún aparecería alguno más.
Sus compañeros le llamaban. Ya nadie quedaba en pie en el campo, salvo él. ¿A qué esperaba? Era hora de volver...
Pero cómo explicarles que el enemigo que había causado las heridas no era el peor. Que el miedo era el agujero por el que penetraba la desesperación... Si, al menos, pudiera mantenerles en la esperanza... coger la mano de uno más de sus hombres antes de cerrar sus ojos con un "luego voy".

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