sábado, 31 de enero de 2015

Marcos 4, 35-41

Al atardecer de ese mismo día, les dijo: "Crucemos a la otra orilla". 
Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya. 
Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua. 
Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal. 
Lo despertaron y le dijeron: "¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?". Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: "¡Silencio! ¡Cállate!". El viento se aplacó y sobrevino una gran calma. 
Después les dijo: "¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?". 
Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: "¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?". 


Sentimos miedo, sí, cuando ante Él se detuvo el viento.
Sentimos que estábamos a bordo de una inmensa nave que hacía insignificante cualquier tempestad. Nos sentimos embarcados en un viaje sin vuelta atrás. De ahí el miedo... ¿Cómo un puñado de amigos iban a poder afrontar un reto tal? ¿Quiénes somos para navegar con su mismo rumbo?
Y sentimos miedo por algo más...
"¿Por qué teméis?" nos preguntó.
En un principio, pensamos que nos recriminaba no tener en Él suficiente confianza. Pero lo dijo con un tono firme, triunfal.
Él vencía a las aguas porque había vencido el miedo. Y ya las aguas nada podían hacer sobre Él. Se les escapaba... ¿Por qué no temió por su vida? ¿No temía por su cuerpo? Parecía que, aunque éste le fuera arrebatado, nada podría evitar que navegara hacia su meta... Era... como la hoja de una espada, lista para ser templada.
Por eso, ya en la orilla, seguimos sintiendo miedo... a no estar preparados para seguir su paso.
¿Quiénes somos nosotros para navegar con su mismo rumbo?
Esa noche, el frío fue muy intenso.

viernes, 30 de enero de 2015

Marcos 4, 26-34

Y decía: "El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: 
sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. 
La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga. 
Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha". 
También decía: "¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo? 
Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra, 
pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra". 
Y con muchas parábolas como estas les anunciaba la Palabra, en la medida en que ellos podían comprender. 
No les hablaba sino en parábolas, pero a sus propios discípulos, en privado, les explicaba todo. 


No verás la obra completa, pero debes saber que es tu obra. A ti te corresponde dar forma a un solo fragmento, pero la catedral entera caería si faltara tu pilar.
Eres como un caballero ciego conducido al campo de batalla. Tus ojos no van a ver la victoria, pero ésta llegará.
Ya llegó cuando venciste el miedo a quedarte a solas luchando. Cuando velaste la noche anterior, sabiendo que la muerte era segura. Cuando no has retrocedido ante tal arsenal de dardos y pruebas en contra de tu fe, de tu esperanza. Cuando, pese a ser un caballero ciego, no has temido hacer el ridículo. Cuando no te has callado ante el que engorda con el dolor ajeno. Cuando, como otros que te han seguido, levantas tu cara al escuchar un lamento.
Debes saber, caballero, que en la huella de tus pasos, verás florecer el Reino.

jueves, 29 de enero de 2015

Marcos 4, 21-25

Jesús les decía: "¿Acaso se trae una lámpara para ponerla debajo de un cajón o debajo de la cama? ¿No es más bien para colocarla sobre el candelero? 
Porque no hay nada oculto que no deba ser revelado y nada secreto que no deba manifestarse. 
¡Si alguien tiene oídos para oír, que oiga!". 
Y les decía: "¡Presten atención a lo que oyen! La medida con que midan se usará para ustedes, y les darán más todavía. 
Porque al que tiene, se le dará, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene".


La palabra no tiene dueño. Y no sacarla a la luz, no descubrir su brillo ante los ojos del que no ve es tanto como ocultarla. Es mantenerla encerrada bajo un candado de egoísmo. Quien, teniéndola en sus manos, no las abre para ofrecerla es como un estafador que se apropia del mérito ajeno. Quien dice ser su custodio, puede ser su carcelero.
Abramos las puertas de la palabra para compartir cada párrafo, cada letra de su pan.
"Pero... por qué dar aún más al que tiene, quitando más aún al que ya le falta?"
Os responderé con otra pregunta: ¿por qué al pensar en "tener" vuestro pensamiento sólo se fija en las sombras e ignora el tesoro de más valor?¿No es mayor fortuna amar? ¿Sentirse zarandeado por la misericordia? ¿Y tener hambre de bondad?

miércoles, 28 de enero de 2015

Marcos 4, 1-20

Jesús comenzó a enseñar de nuevo a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que debió subir a una barca dentro del mar, y sentarse en ella. Mientras tanto, la multitud estaba en la orilla. 
El les enseñaba muchas cosas por medio de parábolas, y esto era lo que les enseñaba: 
"¡Escuchen! El sembrador salió a sembrar. 
Mientras sembraba, parte de la semilla cayó al borde del camino, y vinieron los pájaros y se la comieron.
Otra parte cayó en terreno rocoso, donde no tenía mucha tierra, y brotó en seguida porque la tierra era poco profunda; 
pero cuando salió el sol, se quemó y, por falta de raíz, se secó. 
Otra cayó entre las espinas; estas crecieron, la sofocaron, y no dio fruto. 
Otros granos cayeron en buena tierra y dieron fruto: fueron creciendo y desarrollándose, y rindieron ya el treinta, ya el sesenta, ya el ciento por uno". 
Y decía: "¡El que tenga oídos para oír, que oiga!". 
Cuando se quedó solo, los que estaban alrededor de él junto con los Doce, le preguntaban por el sentido de las parábolas. 
Y Jesús les decía: "A ustedes se les ha confiado el misterio del Reino de Dios; en cambio, para los de afuera, todo es parábola, 
a fin de que miren y no vean, oigan y no entiendan, no sea que se conviertan y alcancen el perdón". 
Jesús les dijo: "¿No entienden esta parábola? ¿Cómo comprenderán entonces todas las demás? 
El sembrador siembra la Palabra. 
Los que están al borde del camino, son aquellos en quienes se siembra la Palabra; pero, apenas la escuchan, viene Satanás y se lleva la semilla sembrada en ellos. 
Igualmente, los que reciben la semilla en terreno rocoso son los que, al escuchar la Palabra, la acogen en seguida con alegría; 
pero no tienen raíces, sino que son inconstantes y, en cuanto sobreviene la tribulación o la persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumben. 
Hay otros que reciben la semilla entre espinas: son los que han escuchado la Palabra, 
pero las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y los demás deseos penetran en ellos y ahogan la Palabra, y esta resulta infructuosa. 
Y los que reciben la semilla en tierra buena, son los que escuchan la Palabra, la aceptan y dan fruto al treinta, al sesenta y al ciento por uno". 


"¿Debemos, entonces, ser todos sembradores, peregrinos sin hogar?"
Escuchad. No todos sembramos igual. En este mundo hay caminos que viajan entre los campos, como en la vida personas que no necesitan de más raíz que el amor y el ejemplo de sus padres. Personas que viven llevando agua a las tierras con sed.
Otras personas son tierras sujetas a un trocito de paisaje. Tierras que, recibiendo el agua, no la retienen tras saciarse. La filtran, dando lugar a arroyuelos bajo la superficie que viajan para dar de beber a otros campos, a otros paisajes... aunque ellas ya nunca tengan noticia de tal efecto.
Bajo este suelo discurren miles de hilos de agua que se juntan en grandes ríos. Ríos que dan vida a la tierra entera.
Sed camino o sed tierra. Pero haced que a vuestro paso o en vuestro entorno crezca la vida.
No retengáis el agua, no sea que os convirtáis en ciénaga podrida.

martes, 27 de enero de 2015

Marcos 3, 31-35

Entonces llegaron su madre y sus hermanos y, quedándose afuera, lo mandaron llamar. 
La multitud estaba sentada alrededor de Jesús, y le dijeron: "Tu madre y tus hermanos te buscan ahí afuera". 
El les respondió: "¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?". 
Y dirigiendo su mirada sobre los que estaban sentados alrededor de él, dijo: "Estos son mi madre y mis hermanos. 
Porque el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre". 


"Parece romper con todo. Algunos han visto en su respuesta un desprecio a su propia madre."
Verás, tendrías que conocerle. Y a María también.
Ella no le oye, le escucha. Desde que sólo era un niño, no le mira, ve en Él. No le hace falta conocerle, porque sabe quién es.
No cabe el desprecio entre la raíz y el tronco, pese a que éste se muestre a los ojos de todos decidido a elevarse hacia el cielo. La raíz lo trajo a la superficie del mundo, pero es Él quien da la vida juntando la luz del espíritu con el oxígeno de la libertad. Ella permanece oculta pero, como un río, desemboca entera en su mar.

lunes, 26 de enero de 2015

Lucas 10, 1-9

El Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir.
Y les dijo: "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.
¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos.
No lleven dinero, ni alforja, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino.
Al entrar en una casa, digan primero: '¡Que descienda la paz sobre esta casa!'.
Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes.
Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa.
En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan;
curen a sus enfermos y digan a la gente: 'El Reino de Dios está cerca de ustedes'."


"El Reino de Dios está cerca de vosotros". No necesitáis buscar dónde se halla, pues no existe tal lugar. Ni esperéis al que lo traiga, pues no le veréis llegar. Esperaréis en vano. Generación tras generación lleváis esperando sin sentido... ¡Despertad!
Sois constructores del Reino. Lo fueron vuestros padres, lo serán vuestros hijos. Con cada acto de entrega y sentimiento desprendido aportáis un sillar bien tallado en su construcción. No malgastéis vuestro tiempo ni retrocedáis en la obra avanzada, pues cada uno edificáis vuestro sitio en el Reino. Un sitio sin espacio, donde sólo cabe el que nada acarrea consigo.
¿Qué construíais hasta ahora? ¿Una ciudad en las nubes?

domingo, 25 de enero de 2015

Marcos 1, 14-20

Después que Juan fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: 
"El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia". 
Mientras iba por la orilla del mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que echaban las redes en el agua, porque eran pescadores. 
Jesús les dijo: "Síganme, y yo los haré pescadores de hombres". 
Inmediatamente, ellos dejaron sus redes y lo siguieron. 
Y avanzando un poco, vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban también en su barca arreglando las redes. En seguida los llamó, 
y ellos, dejando en la barca a su padre Zebedeo con los jornaleros, lo siguieron. 


"¿Por qué dejáis vuestro trabajo, vuestra barca, todo por lo que siempre os habéis esforzado?"
Seguimos a un amigo. Por fidelidad. Y porque sabemos que vivirá una vida grande.
¿Cuánto nos queda? ¿Otros treinta años amarrados a una red, a una orilla? Ansiamos navegar. Tiene que haber algo más... más allá de la arena.
Y, si no le acompañamos... ¿qué será de Él? ¿Qué será de nosotros? ¿A dónde irá? Nosotros, a ninguna parte.
Le seguimos los que le conocemos. Los que anhelamos sentirnos vivos, locos, ligeros, despiertos... Los que, pese a no saber nada, le conocemos a Él.
Dejaremos todo. Perderemos nada. Unos marcharemos con Él por el camino. Otros, le acompañaremos sin abandonar a nuestra esposa, a nuestro marido, a nuestros hijos... Pero todos esperaremos en Él, como ciegos, una oportunidad.

sábado, 24 de enero de 2015

Marcos 3, 20-21

Jesús regresó a la casa, y de nuevo se juntó tanta gente que ni siquiera podían comer. 
Cuando sus parientes se enteraron, salieron para llevárselo, porque decían: "Es un exaltado".


"¿Habéis visto su sonrisa cuando ha venido su familia a buscarlo?" "Es que está agitando a todos."
Mas Él no agita. No anima a la revuelta. No argumenta en contra del fariseo. No conspira contra el gobernador. Pero no hay corazón que, aun sin saberlo, le haya buscado y que, tras escuchar su palabra, no vuelva a su casa en silencio. Porque algo le dice que ha hallado el camino que anheló en la oscuridad.
Él no atrapa, no sujeta, pero sus actos hacen que su palabra cobre vida y nos empuje. Él es una ola de aguas limpias. Llega a ti, te envuelve y, a su marcha, la corriente te arrastra hacia el horizonte. Algunos cuentan que, desde que su pie ya no busca con desespero la arena, se sienten volar en el agua...
Muchos se sonrojan por tener que ver con Él. Otros sienten temor, pues los entronados vigilan. Pero ¿cómo puede no enmudecer quien dedicó sus días a acarrear piedras para construir una casa al descubrir que había construido su cárcel?¿Cómo puede un recluso no sentir que estallan sus venas el día que descubre el mar?

viernes, 23 de enero de 2015

Marcos 3, 13-19

Jesús subió a la montaña y llamó a su lado a los que quiso. Ellos fueron hacia él, 
y Jesús instituyó a doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar 
con el poder de expulsar a los demonios. 
Así instituyó a los Doce: Simón, al que puso el sobrenombre de Pedro; 
Santiago, hijo de Zebedeo, y Juan, hermano de Santiago, a los que dio el nombre de Boanerges, es decir, hijos del trueno; 
luego, Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, Tadeo, Simón, el Cananeo, 
y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó. 


A todos los rincones de nuestra tierra y de cualquier otro país. Entre todos, podemos hacer llegar la revelación de la libertad y del camino a toda persona.
Vuestro poder hará que los demonios del egoísmo y del temor a no tener se difuminen. Vuestro poder dimanará del amor que sepáis entregar y del ejemplo que a vuestro paso sembréis. Sublevad al hombre desde su raíz. Haced que abra las manos y prescinda de cuanto acumula. Y abrazarle. Aunque no le volváis a ver, caminará con vosotros.

jueves, 22 de enero de 2015

Marcos 3, 7-12

Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del mar, y lo siguió mucha gente de Galilea. 
Al enterarse de lo que hacía, también fue a su encuentro una gran multitud de Judea, de Jerusalén, de Idumea, de la Transjordania y de la región de Tiro y Sidón. 
Entonces mandó a sus discípulos que le prepararan una barca, para que la muchedumbre no lo apretujara.
Porque, como curaba a muchos, todos los que padecían algún mal se arrojaban sobre él para tocarlo. 
Y los espíritus impuros, apenas lo veían, se tiraban a sus pies, gritando: "¡Tú eres el Hijo de Dios!". Pero Jesús les ordenaba terminantemente que no lo pusieran de manifiesto.


Ved que en quien hace el bien convergen todos los caminos, todas las fes. Ved que a Él llegan de todas las tierras.
En todos los pueblos se anhela la liberación. Una misma liberación. La que llega al anunciarles que son libres para, a cada paso, dar sentido a sus vidas.
Sus obras, su ejemplo y su fama sobrevuelan estos días todos los tomos con leyes encuadernadas.
Pero Él no ha venido a mostrar de dónde emana tan gran poder.
No quiere que su paso parezca inalcanzable, inimitable. Ha venido a mostrar el camino a quienes, libremente, decidan caminar por él.

miércoles, 21 de enero de 2015

Marcos 3, 1-6

Jesús entró nuevamente en una sinagoga, y había allí un hombre que tenía una mano paralizada. 
Los fariseos observaban atentamente a Jesús para ver si lo curaba en sábado, con el fin de acusarlo. 
Jesús dijo al hombre de la mano paralizada: "Ven y colócate aquí delante". 
Y les dijo: "¿Está permitido en sábado hacer el bien o el mal, salvar una vida o perderla?". Pero ellos callaron. 
Entonces, dirigiendo sobre ellos una mirada llena de indignación y apenado por la dureza de sus corazones, dijo al hombre: "Extiende tu mano". El la extendió y su mano quedó curada. 
Los fariseos salieron y se confabularon con los herodianos para buscar la forma de acabar con él. 


"¿Qué ponéis por delante, el rito y la costumbre o hacer el bien?", les ha preguntado.
No han podido responder. No optar por el rito hubiera sido acabar con la razón de su preminencia.
Su casta ha quedado sin respaldo, porque hacer el bien está en manos de todo hombre y no requiere de su mediación y sabiduría. Hacer el bien otorga la máxima dignidad... dignidad que escapa a su dosificación y control.
Pero, además, su dignidad ha quedado envilecida. Porque, por proteger su estatus, no han sido capaces de reconocer que sus ritos y funciones deben estar por debajo de aquello que nos une a Dios.
Ya no estará seguro. Los que protegen lo mucho que tienen en esta tierra han sido puestos en evidencia.

martes, 20 de enero de 2015

Marcos 2, 23-28

Un sábado en que Jesús atravesaba unos sembrados, sus discípulos comenzaron a arrancar espigas al pasar.
Entonces los fariseos le dijeron: "¡Mira! ¿Por qué hacen en sábado lo que no está permitido?".
El les respondió: "¿Ustedes no han leído nunca lo que hizo David, cuando él y sus compañeros se vieron obligados por el hambre,
cómo entró en la Casa de Dios, en el tiempo del Sumo Sacerdote Abiatar, y comió y dio a sus compañeros los panes de la ofrenda, que sólo pueden comer los sacerdotes?".
Y agregó: "El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado.
De manera que el Hijo del hombre es dueño también del sábado".


¿Qué pretenden los fariseos? Permanecen como las espigas, clavados a la tierra. Buscan la sombra confortable del sustento, del dominio sobre sus posesiones, entre las que nos incluyen.
No dejemos de andar. Que la sombra de la espiga no nos impida ver el campo entero. A diez pasos siempre hay un nuevo horizonte.
Nosotros volaremos sobre las espigas. Las tomaremos en caso de necesidad, pero no hipotecaremos nuestros días atados a ellas. Ellos prescinden un día del pan, como símbolo, para permanecer el resto del tiempo aferrados a él. Se aferran porque sienten miedo. Miedo de no tener. De no tener pan, razón o poder. De poseer nace el miedo. Son esclavos, por ser señores.
Volemos sobre la letra para descubrir la palabra. Avancemos para descubrir el sendero que discurre entre las espigas.

lunes, 19 de enero de 2015

Marcos 2, 18-22

Un día en que los discípulos de Juan y los fariseos ayunaban, fueron a decirle a Jesús: "¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacen los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos?". 
Jesús les respondió: "¿Acaso los amigos del esposo pueden ayunar cuando el esposo está con ellos? Es natural que no ayunen, mientras tienen consigo al esposo. 
Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán. 
Nadie usa un pedazo de género nuevo para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido viejo y la rotura se hace más grande. 
Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres, y ya no servirán más ni el vino ni los odres. ¡A vino nuevo, odres nuevos!". 


El ayuno es renuncia. Es voto y símbolo de desapego hacia la materia. Es un acto de rebeldía frente a nuestra dependencia del físico sustento. Es una afirmación de nuestra frágil autonomía a la espera de algo mejor.
Pero ya no cabe la espera, es aquí y ahora. No cabe la rebelión ante la materia sino pasar por encima de ella para tratar sobre la esencia. Asumir nuestra debilidad en lo material para centrarnos en nuestra fortaleza.
No desenfoquemos nuestra mirada. No nos detengamos en el rito externo, que fuera se queda.
Ha llegado el momento de la verdadera renuncia como preparación a la verdadera entrega.

domingo, 18 de enero de 2015

Juan 1, 35-42

Estaba Juan Bautista otra vez allí con dos de sus discípulos 
y, mirando a Jesús que pasaba, dijo: "Este es el Cordero de Dios". 
Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús. 
El se dio vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó: "¿Qué quieren?". Ellos le respondieron: "Rabbí -que traducido significa Maestro- ¿dónde vives?". 
"Vengan y lo verán", les dijo. Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. Era alrededor de las cuatro de la tarde. 
Uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro. 
Al primero que encontró fue a su propio hermano Simón, y le dijo: "Hemos encontrado al Mesías", que traducido significa Cristo. 
Entonces lo llevó a donde estaba Jesús. Jesús lo miró y le dijo: "Tú eres Simón, el hijo de Juan: tú te llamarás Cefas", que traducido significa Pedro. 


"Simón, he encontrado al Mesías."
Andrés llevaba años buscando...
De niño, escuchó que un libertador debía venir. Bastaba con seguir recorriendo los pasos que la vida parecía haberle asignado, a la espera de esa liberación. Aunque ¿de quién iba a librarle el gran rey? ¿De otro rey?
Sentía que algo faltaba en su mundo. Algo que no llegaba a ver, que ocasionalmente olfateaba... una nota de perfume de origen desconocido flotando cerca de la orilla. Le faltaba, tal vez, una nueva luz, un horizonte mayor.
Juan le animó a no esperar. Le habló del camino hacia la libertad. Del íntimo desprendimiento. De la preparación. De un camino que nacía en sus propios pies...
Andrés sentía que podía caminar hacia su propia liberación. Pero ¿qué ruta seguir?
"Simón, creo que es él. Él nos puede guiar."


sábado, 17 de enero de 2015

Marcos 2, 13-17

Jesús salió nuevamente a la orilla del mar; toda la gente acudía allí, y él les enseñaba. 
Al pasar vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: "Sígueme". El se levantó y lo siguió. 
Mientras Jesús estaba comiendo en su casa, muchos publicanos y pecadores se sentaron a comer con él y sus discípulos; porque eran muchos los que lo seguían. 
Los escribas del grupo de los fariseos, al ver que comía con pecadores y publicanos, decían a los discípulos: "¿Por qué come con publicanos y pecadores?". 
Jesús, que había oído, les dijo: "No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores". 


El tesoro de Leví está en esa mesa. Pero no le pertenece. Y cuando él no esté, el montón será atesorado por otras manos. Esas monedas durarán más que los ojos de Leví, más que sus brazos... pues estando hechas de igual materia, esas piezas densas resisten mejor la erosión del tiempo que Leví, cuyo interior está hueco.
"Leví, míranos. Por favor, levanta. Deja tu cadena y charlemos mientras caminamos. Que sólo una mano vacía puede acariciar otra mano."


viernes, 16 de enero de 2015

Marcos 2, 1-12

Jesús volvió a Cafarnaún y se difundió la noticia de que estaba en la casa. 
Se reunió tanta gente, que no había más lugar ni siquiera delante de la puerta, y él les anunciaba la Palabra. 
Le trajeron entonces a un paralítico, llevándolo entre cuatro hombres. 
Y como no podían acercarlo a él, a causa de la multitud, levantaron el techo sobre el lugar donde Jesús estaba, y haciendo un agujero descolgaron la camilla con el paralítico. 
Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: "Hijo, tus pecados te son perdonados". 
Unos escribas que estaban sentados allí pensaban en su interior: 
"¿Qué está diciendo este hombre? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?" 
Jesús, advirtiendo en seguida que pensaban así, les dijo: "¿Qué están pensando? 
¿Qué es más fácil, decir al paralítico: 'Tus pecados te son perdonados', o 'Levántate, toma tu camilla y camina'? 
Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados 
-dijo al paralítico- yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa". 
El se levantó en seguida, tomó su camilla y salió a la vista de todos. La gente quedó asombrada y glorificaba a Dios, diciendo: "Nunca hemos visto nada igual".


"¿Cómo puedes perdonar sus pecados?"
Es su corazón el que los dejó atrás cuando partió hacia aquí agarrado a una sola tabla de esperanza.
Amad sin poseer. Sembrad sin esperar la cosecha. Obrad en la sombra. Combatid con los ojos cerrados. Dejad fuera vuestros logros, vuestro egoísmo y vuestro orgullo. En ellos quedará vuestro lastre. Así podréis entrar en la casa.

jueves, 15 de enero de 2015

Marcos 1, 40-45

Se acercó a Jesús un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: "Si quieres, puedes purificarme".
Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Lo quiero, queda purificado".
En seguida la lepra desapareció y quedó purificado.
Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente:
"No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio".
Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a él de todas partes.
 

 ¿Por qué le has dicho que no diga nada a nadie pero que sí vaya al sacerdote a cumplir con la ofrenda?
Porque aunque algunos me tengan miedo yo no pretendo romper la tradición. A no ser que ésta ahogue la respiración del espíritu o adormezca los sentidos que nos acercan. No me interesa romper canales y revisar nuestra ingeniería. Eso sí, vengo a recordar que la misión no es construir presas, sino facilitar que fluya el agua y riegue toda tierra que tenga sed. Dejad que sigan cuidando de su red, mientras refrescamos para qué debe servir.
 ¿Y deberemos ser capaces de curar nosotros a un enfermo de lepra? ¿Cómo lo aprenderemos?
No. No es la lepra. No es la piel. Y vosotros debéis hacer lo que podáis. Todo lo que podáis.
¿Pero si no tenemos tu poder?
Haced todo lo que en vuestra mano esté para aliviar su dolor. Y donde no llegue vuestra mano, aún podrá llegar vuestro abrazo. Pero sólo si no tenéis el poder de dominar la superficie se producirá la curación.
Pensad, ¿a quién hemos curado hoy? "A más  de diez". ¿Y no os incluís a vosotros? ¿A alguno al menos?
¿Qué sentisteis al ver llegar a la primera mujer? ¿Y al sanarla?. "Asombro". "Luego orgullo". "Poder".
¿Y cuando, durante la mañana, tuvisteis que acogerlos, procurarles comida... hablar con ellos? Entonces ya no os oía hablar sobre mi poder, sino sobre su desgracia. ¿Son los sanados los que esperan en nuestra puerta? Puede que no encontréis cómo curar su dolencia, pero sí cómo arroparla. Y con vuestra caricia, ellos verán una luz, tal vez diferente a la que buscaban. Pero esa caricia será, además, la que a vosotros os sane.
Luchad por cuidar los campos. Y, en vuestra lucha, nacerán semillas de luz que sembrarán los corazones.

miércoles, 14 de enero de 2015

Marcos 1, 29-39

 Jesús salió de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés.
La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron de inmediato.
El se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar. Entonces ella no tuvo más fiebre y se puso a servirlos.
Al atardecer, después de ponerse el sol, le llevaron a todos los enfermos y endemoniados,
y la ciudad entera se reunió delante de la puerta.
Jesús curó a muchos enfermos, que sufrían de diversos males, y expulsó a muchos demonios; pero a estos no los dejaba hablar, porque sabían quién era él.
Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando.
Simón salió a buscarlo con sus compañeros,
y cuando lo encontraron, le dijeron: "Todos te andan buscando".
El les respondió: "Vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he salido".
Y fue predicando en las sinagogas de toda la Galilea y expulsando demonios.


 Amigos. Sé que mi poder os sorprende, como a toda la gente que ha esperado esta tarde a nuestra puerta. Sabed que es lo que busco... despertar vuestra atención. Pero no os detengáis vosotros en el umbral.
Amigos. Sé que todos os preguntáis quién soy yo. Pero sólo importa que recordéis que yo soy el que está aquí para despertaros. Para hacer que, cuando mis pasos no dejen huella en los caminos, sigan dejándola en vuestro interior. Y vosotros los prolonguéis con vuestro ejemplo y vuestro recuerdo. Y así sea en adelante.
Os preguntáis quién soy yo. Soy el que está aquí para que os preguntéis quién sois vosotros.
Y si hoy os puedo asombrar con mi poder directo sobre la arcilla, un día comprenderéis que no es menor vuestro poder, porque seréis curadores de la esencia, no sólo de la piel.
Despertáos con el ruido, pero atended a la melodía. Tocad la música. Tañed las fibras del corazón, que son las que tejen el universo y abren el paso entre sus mundos.

martes, 13 de enero de 2015

Marcos 1, 21b-28

Jesús entró a Cafarnaún, y cuando llegó el sábado, Jesús fue a la sinagoga y comenzó a enseñar. 
Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas. 
Y había en la sinagoga un hombre poseído de un espíritu impuro, que comenzó a gritar: 
"¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios". 
Pero Jesús lo increpó, diciendo: "Cállate y sal de este hombre". 
El espíritu impuro lo sacudió violentamente y, dando un gran alarido, salió de ese hombre. 
Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: "¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y estos le obedecen!". 

Y su fama se extendió rápidamente por todas partes, en toda la región de Galilea. 

La noticia se ha extendido. Y el estupor.
¿Quién se atreve a levantarse y tomar en su boca la palabra? ¿Quién, en presencia de los entendidos? ¿tú? ¿Quién crees que eres tú?
No soy el que vela el tomo de la palabra. Sólo soy alguien que la necesita. Que la quiere sentir.
Soy el que se acerca a ella, con humildad. El que la toma con cuidado. El que medita con torpeza mientras la escucha admirado. Soy el sediento. El que se la pasa de la boca a las manos. El que intenta traducirla en hechos pequeños. El que ha visto que, así, la palabra cobra vida. El que ve que lo regado con los hechos nacidos de la palabra también parece revivir.
Soy el que sabe que esta tarea erosiona su cuerpo y el que goza al ver que sus granos de arena caen para fertilizar trozos del desierto. El que pega la palabra a la realidad de la tierra sedienta. A la tierra que busca desorientada.
¡Sigues sin responder! ¿Quién eres? ¿Qué relación te une al maligno, que le has echado?
Le he hecho frente porque piso la misma tierra que pisa él pues me importa quien lo padece. Pero no he expulsado al mal. Sólo estoy por encima de él.
¿Que por qué ha huido? Porque me teme. Sabéis del valor de una palabra, y que una imagen vale más que mil... imaginad entonces el poder de un acto. En mí, la palabra se cumple, se ha hecho carne, mano desnuda y tendida. No juzgo al poseído. Sólo soy el que ha cogido la suya con ternura.
¿Vencer al maligno? ¿Qué ejército puede vencer, sólo compuesto por estrategas? Yo no hablo sobre el campo de la batalla. Estoy en él. Yo no me escudo en la palabra, diciendo que llegará el día en que alguien vendrá... Ese día ha llegado.
¿Por qué me teme..? Porque no soy el que dice qué no se debe hacer. Ni soy el que dice qué se debe. Porque yo no soy el que dice. Yo soy el que hace.


lunes, 12 de enero de 2015

Marcos 1, 14-20

Después que Juan fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: 
"El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia". 
Mientras iba por la orilla del mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que echaban las redes en el agua, porque eran pescadores. 
Jesús les dijo: "Síganme, y yo los haré pescadores de hombres". 
Inmediatamente, ellos dejaron sus redes y lo siguieron. 
Y avanzando un poco, vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban también en su barca arreglando las redes. En seguida los llamó, 
y ellos, dejando en la barca a su padre Zebedeo con los jornaleros, lo siguieron.


Escuchad. La Buena Noticia ya no depende de un hombre. Porque no fue hecha por él. No es una nueva ley. Es, más bien, el levantamiento de un velo, pesado como un tapiz, tejido con palabras graves por doctos y señores que menos quieren enseñar que preservar.
La Buena Noticia es que ese velo no era nuestro cielo, sino nuestra mortaja. La Buena Noticia es que podemos dejarlo en el camino y seguir ligeros sin él.
Ahora sabemos que no hay sabios y legos, sino ahogados y sedientos. Y que el Reino lo vamos a construir hoy. Y mañana. Cada día, nacidos a una vida en pequeño.
Buscad cada uno vuestro camino, transite por tierra o por vuestro corazón, pero no os perdáis atados a vuestro ancla. "Erguiros. Tomad mi mano. Venid".

domingo, 11 de enero de 2015

Marcos 1, 7-11

Juan predicaba, diciendo: 
"Detrás de mí vendrá el que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias. 
Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo". 
En aquellos días, Jesús llegó desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. 
Y al salir del agua, vio que los cielos se abrían y que el Espíritu Santo descendía sobre él como una paloma; 
y una voz desde el cielo dijo: "Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección." 


Juan ha ofrecido sus días. Parece un ciego repartiendo flores. Todo esperanza, la fe del pobre, el saber del niño. "Entrad en el agua. Dejad todo en la orilla. Lavad vuestros ojos. ¿No lo sentís?".
¿Por qué acuden a él? No da nuevas respuestas... Acuden porque no da las aprendidas. Porque reparte de su esperanza desahuciada que se nota es sólo anhelo.
Juan nos limpia. Nadie sabe seguro de qué. Pero lo hace con una sonrisa como de niño, que te hace sentir libre y grande.
"Juan. Dame tu anhelo. Despojado del resto, será el viento que me lleve a la otra orilla."

sábado, 10 de enero de 2015

Lucas 4, 14-22a

Jesús volvió a Galilea con el poder el Espíritu y su fama se extendió en toda la región. 
Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan. 
Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. 
Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: 
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. El me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos 
y proclamar un año de gracia del Señor. 
Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. 
Entonces comenzó a decirles: "Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír". 
Todos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca. 

Tantas palabras escuchadas por nuestros mayores, disecadas y expuestas en libros, diseccionadas, esterilizadas e interpretadas según nuestros idiomas de real academia, hechos de costumbres, de ritos, de reglas convenientes.
Tantos testimonios a corazón abierto convertidos en historias que contar, que repetir, que empaquetar y servir en momentos programados para ello. Tanta frescura, tanta vida embridada, tanto profeta polvoriento convertido en una imagen con pan de oro situada tras el altar.
Escucháis la escritura. Alguno la retiene en la memoria. Los más, cumplen con las indicaciones concretas que en ella ilustran el mensaje. Y el mensaje, la voz de la palabra, vuelve a enmudecer cuando, al término de la lectura, se cierra el grueso tomo de papel.
Como bueyes, buscamos la seguridad. La penumbra de un establo conocido a cambio de libertad.
Pero, cada día con más intensidad, siento la llamada. Comienza el camino de la palabra.
Me levanto en la asamblea sentada. Y leo con una nueva luz. Y algunos ojos vuelven a querer ver. Somos animales extraños... Han sentido la brisa que vuela por encima del mar.

viernes, 9 de enero de 2015

Marcos 6, 45-52

Después que los cinco mil hombres se saciaron, en seguida, Jesús obligó a sus discípulos a que subieran a la barca y lo precedieran en la otra orilla, hacia Betsaida, mientras él despedía a la multitud. 
Una vez que los despidió, se retiró a la montaña para orar. 
Al caer la tarde, la barca estaba en medio del mar y él permanecía solo en tierra. 
Al ver que remaban muy penosamente, porque tenían viento en contra, cerca de la madrugada fue hacia ellos caminando sobre el mar, e hizo como si pasara de largo. 
Ellos, al verlo caminar sobre el mar, pensaron que era un fantasma y se pusieron a gritar, 
porque todos lo habían visto y estaban sobresaltados. Pero él les habló enseguida y les dijo: "Tranquilícense, soy yo; no teman". 
Luego subió a la barca con ellos y el viento se calmó. Así llegaron al colmo de su estupor, 
porque no habían comprendido el milagro de los panes y su mente estaba enceguecida.

Hemos terminado por hoy, marchad, adelantaros. Marcháis solos en apariencia. Acostumbraos a volar sin guía y en libertad. Nacisteis libres, pero habéis logrado ataros intentando sujetaros. Nacisteis autónomos, pero estáis acostumbrados a buscar a quién o a qué seguir. Montad en la barca y adentraros en la vida. Y hacedlo juntos, aun cuando os halléis distantes, buscando con humildad el mutuo apoyo y la fuerza que brota en los unidos de corazón. Cuando la llama tiemble, recordaros.
Al entrar en el mar soltaréis cuanto tenéis en la orilla. También cuantos logros os adornen. Y así, cada vez desde ahora. Sólo así vuestra barca flotará sobre las olas. Porque sin equipajes poco habrá que os arrastre hacia el fondo y las aguas os llevarán a lomos sabedoras de que nada pueden contra quien nada pesa pues no le pesa nada.
Adentraros en la oscuridad. Y cuando temáis, volved a verme caminar sobre ella para recordaros que está en vosotros también hacerlo si a las olas no teméis. Sabed que pasarán bajo vuestros pies. Navegad, volad hacia otra orilla. Caminad hasta ganar el mundo nuevo.

jueves, 8 de enero de 2015

Marcos 6, 34-44

Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato. 
Como se había hecho tarde, sus discípulos se acercaron y le dijeron: "Este es un lugar desierto, y ya es muy tarde. 
Despide a la gente, para que vaya a las poblaciones cercanas a comprar algo para comer". 
El respondió: "Denles de comer ustedes mismos". Ellos le dijeron: "Habría que comprar pan por valor de doscientos denarios para dar de comer a todos". 
Jesús preguntó: "¿Cuántos panes tienen ustedes? Vayan a ver". Después de averiguarlo, dijeron: "Cinco panes y dos pescados". 
El les ordenó que hicieran sentar a todos en grupos, sobre la hierba verde, 
y la gente se sentó en grupos de cien y de cincuenta. 
Entonces él tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y los fue entregando a sus discípulos para que los distribuyeran. También repartió los dos pescados entre la gente. 
Todos comieron hasta saciarse, 
y se recogieron doce canastas llenas de sobras de pan y de restos de pescado. 
Los que comieron eran cinco mil hombres. 

Todos llevan horas sin comer. Os preguntáis ¿qué les daremos? Deben de estar cansados. Y pensáis ¿los mandamos a casa... al pueblo cercano para que coman y descansen?
Mejor, les daremos comida. Pero no sólo la que, cada día, ya comen. Y les daremos descanso y acogida. Pero no sólo la que, cada noche, se procuran.
Les daremos lo que tenemos. Lo que en nuestras manos está. Y, dándoselo, comprenderán que nada nos reservamos. Que si algo parecemos tener, lo ponemos en sus manos.
Y comerán. Y, esta noche, descansarán. Pero como no lo hacen habitualmente, sino recordando. Recordándonos. Sintiendo una llama en su interior.
Vuestros cinco panes parecerán cientos, pues no echarán de menos comer lo que no vinieron a buscar. Y volverán a sus vidas saciados en la curiosidad que les trajo y en cuanto al anhelo que sentían cuando hacia aquí partieron. Pero algunos, los que hoy resulten más saciados, volverán a sus vidas hambrientos de repetir lo que aquí hoy han vivido.
Así pues, darles vuestro pan, que con él va también vuestra luz.