El
Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que
lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir.
Y
les dijo: "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos.
Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la
cosecha.
¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos.
No lleven dinero, ni alforja, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino.
Al entrar en una casa, digan primero: '¡Que descienda la paz sobre esta casa!'.
Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes.
Permanezcan
en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que
trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa.
En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan;
curen a sus enfermos y digan a la gente: 'El Reino de Dios está cerca de ustedes'."
"El Reino de Dios está cerca de vosotros". No necesitáis buscar dónde se halla, pues no existe tal lugar. Ni esperéis al que lo traiga, pues no le veréis llegar. Esperaréis en vano. Generación tras generación lleváis esperando sin sentido... ¡Despertad!
Sois constructores del Reino. Lo fueron vuestros padres, lo serán vuestros hijos. Con cada acto de entrega y sentimiento desprendido aportáis un sillar bien tallado en su construcción. No malgastéis vuestro tiempo ni retrocedáis en la obra avanzada, pues cada uno edificáis vuestro sitio en el Reino. Un sitio sin espacio, donde sólo cabe el que nada acarrea consigo.
¿Qué construíais hasta ahora? ¿Una ciudad en las nubes?
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