Después que los cinco mil hombres se saciaron, en seguida, Jesús obligó a sus discípulos a que subieran a la barca y lo precedieran en la otra orilla, hacia Betsaida, mientras él despedía a la multitud.
Una vez que los despidió, se retiró a la montaña para orar.
Al caer la tarde, la barca estaba en medio del mar y él permanecía solo en tierra.
Al ver que remaban muy penosamente, porque tenían viento en contra, cerca de la madrugada fue hacia ellos caminando sobre el mar, e hizo como si pasara de largo.
Ellos, al verlo caminar sobre el mar, pensaron que era un fantasma y se pusieron a gritar,
porque todos lo habían visto y estaban sobresaltados. Pero él les habló enseguida y les dijo: "Tranquilícense, soy yo; no teman".
Luego subió a la barca con ellos y el viento se calmó. Así llegaron al colmo de su estupor, porque no habían comprendido el milagro de los panes y su mente estaba enceguecida.
Hemos terminado por hoy, marchad, adelantaros. Marcháis solos en apariencia. Acostumbraos a volar sin guía y en libertad. Nacisteis libres, pero habéis logrado ataros intentando sujetaros. Nacisteis autónomos, pero estáis acostumbrados a buscar a quién o a qué seguir. Montad en la barca y adentraros en la vida. Y hacedlo juntos, aun cuando os halléis distantes, buscando con humildad el mutuo apoyo y la fuerza que brota en los unidos de corazón. Cuando la llama tiemble, recordaros.
Al entrar en el mar soltaréis cuanto tenéis en la orilla. También cuantos logros os adornen. Y así, cada vez desde ahora. Sólo así vuestra barca flotará sobre las olas. Porque sin equipajes poco habrá que os arrastre hacia el fondo y las aguas os llevarán a lomos sabedoras de que nada pueden contra quien nada pesa pues no le pesa nada.
Adentraros en la oscuridad. Y cuando temáis, volved a verme caminar sobre ella para recordaros que está en vosotros también hacerlo si a las olas no teméis. Sabed que pasarán bajo vuestros pies. Navegad, volad hacia otra orilla. Caminad hasta ganar el mundo nuevo.
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