Un día en que los discípulos de Juan y los fariseos ayunaban, fueron a decirle a Jesús: "¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacen los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos?".
Jesús les respondió: "¿Acaso los amigos del esposo pueden ayunar cuando el esposo está con ellos? Es natural que no ayunen, mientras tienen consigo al esposo.
Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán.
Nadie usa un pedazo de género nuevo para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido viejo y la rotura se hace más grande.
Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres, y ya no servirán más ni el vino ni los odres. ¡A vino nuevo, odres nuevos!".
El ayuno es renuncia. Es voto y símbolo de desapego hacia la materia. Es un acto de rebeldía frente a nuestra dependencia del físico sustento. Es una afirmación de nuestra frágil autonomía a la espera de algo mejor.
Pero ya no cabe la espera, es aquí y ahora. No cabe la rebelión ante la materia sino pasar por encima de ella para tratar sobre la esencia. Asumir nuestra debilidad en lo material para centrarnos en nuestra fortaleza.
No desenfoquemos nuestra mirada. No nos detengamos en el rito externo, que fuera se queda.
Ha llegado el momento de la verdadera renuncia como preparación a la verdadera entrega.
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