Jesús regresó a la casa, y de nuevo se juntó tanta gente que ni siquiera podían comer.
Cuando sus parientes se enteraron, salieron para llevárselo, porque decían: "Es un exaltado".
"¿Habéis visto su sonrisa cuando ha venido su familia a buscarlo?" "Es que está agitando a todos."
Mas Él no agita. No anima a la revuelta. No argumenta en contra del fariseo. No conspira contra el gobernador. Pero no hay corazón que, aun sin saberlo, le haya buscado y que, tras escuchar su palabra, no vuelva a su casa en silencio. Porque algo le dice que ha hallado el camino que anheló en la oscuridad.
Él no atrapa, no sujeta, pero sus actos hacen que su palabra cobre vida y nos empuje. Él es una ola de aguas limpias. Llega a ti, te envuelve y, a su marcha, la corriente te arrastra hacia el horizonte. Algunos cuentan que, desde que su pie ya no busca con desespero la arena, se sienten volar en el agua...
Muchos se sonrojan por tener que ver con Él. Otros sienten temor, pues los entronados vigilan. Pero ¿cómo puede no enmudecer quien dedicó sus días a acarrear piedras para construir una casa al descubrir que había construido su cárcel?¿Cómo puede un recluso no sentir que estallan sus venas el día que descubre el mar?
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