Después de haber lavado los pies a los discípulos, Jesús les dijo:
"Les aseguro que el servidor no es más grande que su señor, ni el enviado más grande que el que lo envía.
Ustedes serán felices si, sabiendo estas cosas, las practican.
No
lo digo por todos ustedes; yo conozco a los que he elegido. Pero es
necesario que se cumpla la Escritura que dice: El que comparte mi pan se
volvió contra mí.
Les digo esto desde ahora, antes que suceda, para que cuando suceda, crean que Yo Soy.
Les aseguro que el que reciba al que yo envíe, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me envió".
"¿"Por favor, alguien puede relevarme?
¿Dudais? ¿Nadie se levanta?"
...
Yo voy... Yo continúo.
"¿Por qué has tardado Pedro? Y sólo tú te has ofrecido..."
Porque tú lo has pedido. Lo hago por ti.
"Has vencido a tus prejuicios. Te has librado de tu sombra... Gracias por tu fidelidad Pedro. Y por tu cariño. Sólo te falta lograr que sea el amor a tus hermanos el que coja mi relevo."
Sabes que eso me cuesta...
"Lo sé. Nos conocemos... Pero cuando te entregues a ellos los sentirás tuyos y tú de ellos. Te sentirás también su guardián. Y ya sabes, sólo el que sirve con amor..."
...sabe custodiar. No sé...
"No es deshonra sino orgullo servir a los que amas. Tranquilo, te conozco. Puede que a regañadientes... pero, amigo, tú servirás."
jueves, 30 de abril de 2015
miércoles, 29 de abril de 2015
Juan 12, 44-50
Jesús exclamó: "El que cree en mí, en realidad no cree en mí, sino en aquel que me envió.
Y el que me ve, ve al que me envió.
Yo soy la luz, y he venido al mundo para que todo el que crea en mí no permanezca en las tinieblas.
Al que escucha mis palabras y no las cumple, yo no lo juzgo, porque no vine a juzgar al mundo, sino a salvarlo.
El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he anunciado es la que lo juzgará en el último día.
Porque yo no hablé por mí mismo: el Padre que me ha enviado me ordenó lo que debía decir y anunciar;
y yo sé que su mandato es Vida eterna. Las palabras que digo, las digo como el Padre me lo ordenó".
"Si tú no nos juzgas... ¿Quién nos ha de juzgar al final?"
Siempre buscando de quién depender... buscando a un responsable de la decisión...
...
Mira... Junta tus manos. Forma un espacio cerrado en su interior.
Es un espacio oscuro.
Deja que, entre los dedos, entre un poco de luz.
Sepáralos un poco más. Más...
¿Qué ha sido de la oscuridad?
...
Pero éste es un mundo curioso. Cuanto más cierras las manos, es fuera de ellas donde caen las tinieblas.
Ábrelas
y la noche habrá desaparecido.
Tiéndelas
y te verás rodeado de luz.
Porque en tus manos, estás tú.
Y el que me ve, ve al que me envió.
Yo soy la luz, y he venido al mundo para que todo el que crea en mí no permanezca en las tinieblas.
Al que escucha mis palabras y no las cumple, yo no lo juzgo, porque no vine a juzgar al mundo, sino a salvarlo.
El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he anunciado es la que lo juzgará en el último día.
Porque yo no hablé por mí mismo: el Padre que me ha enviado me ordenó lo que debía decir y anunciar;
y yo sé que su mandato es Vida eterna. Las palabras que digo, las digo como el Padre me lo ordenó".
"Si tú no nos juzgas... ¿Quién nos ha de juzgar al final?"
Siempre buscando de quién depender... buscando a un responsable de la decisión...
...
Mira... Junta tus manos. Forma un espacio cerrado en su interior.
Es un espacio oscuro.
Deja que, entre los dedos, entre un poco de luz.
Sepáralos un poco más. Más...
¿Qué ha sido de la oscuridad?
...
Pero éste es un mundo curioso. Cuanto más cierras las manos, es fuera de ellas donde caen las tinieblas.
Ábrelas
y la noche habrá desaparecido.
Tiéndelas
y te verás rodeado de luz.
Porque en tus manos, estás tú.
martes, 28 de abril de 2015
Juan 10, 22-30
Se celebraba entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno,
y Jesús se paseaba por el Templo, en el Pórtico de Salomón.
Los judíos lo rodearon y le preguntaron: "¿Hasta cuándo nos tendrás en suspenso? Si eres el Mesías, dilo abiertamente".
Jesús les respondió: "Ya se lo dije, pero ustedes no lo creen. Las obras que hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí,
pero ustedes no creen, porque no son de mis ovejas.
Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen.
Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos.
Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre.
El Padre y yo somos una sola cosa".
"¿Y tú? No te has marchado con los demás..."
No.
"¿Por qué?"
Quiero conocer el camino para volver a abrazar a mi hermano, que se fue...
"Ya has dado el primer paso. Lo anhela tu corazón."
Pero ¿cómo sigo?
... "¿Por qué no les has preguntado a ellos?"
Creo que a ti sí te importa lo que te cuento...
"Cultiva la fe... mas, si no sabes, aférrate a la esperanza. Es su hermana pequeña, pero ambas son hijas de un mismo hogar.
A partir de ahí, sólo resta que sigas mis pasos... para lo que deberás cerrar los ojos e iniciar el ascenso atándote a mi cordada. Atrás quedarán campamentos. Lejos también alforjas y reservas... Yo guío. Pisa por donde yo piso. Sólo necesitarás mantenerte unido con el mosquetón de la confianza."
y Jesús se paseaba por el Templo, en el Pórtico de Salomón.
Los judíos lo rodearon y le preguntaron: "¿Hasta cuándo nos tendrás en suspenso? Si eres el Mesías, dilo abiertamente".
Jesús les respondió: "Ya se lo dije, pero ustedes no lo creen. Las obras que hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí,
pero ustedes no creen, porque no son de mis ovejas.
Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen.
Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos.
Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre.
El Padre y yo somos una sola cosa".
"¿Y tú? No te has marchado con los demás..."
No.
"¿Por qué?"
Quiero conocer el camino para volver a abrazar a mi hermano, que se fue...
"Ya has dado el primer paso. Lo anhela tu corazón."
Pero ¿cómo sigo?
... "¿Por qué no les has preguntado a ellos?"
Creo que a ti sí te importa lo que te cuento...
"Cultiva la fe... mas, si no sabes, aférrate a la esperanza. Es su hermana pequeña, pero ambas son hijas de un mismo hogar.
A partir de ahí, sólo resta que sigas mis pasos... para lo que deberás cerrar los ojos e iniciar el ascenso atándote a mi cordada. Atrás quedarán campamentos. Lejos también alforjas y reservas... Yo guío. Pisa por donde yo piso. Sólo necesitarás mantenerte unido con el mosquetón de la confianza."
lunes, 27 de abril de 2015
Juan 10, 1-10
Jesús
dijo a los fariseos: "Les aseguro que el que no entra por la puerta en
el corral de las ovejas, sino por otro lado, es un ladrón y un
asaltante.
El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas.
El guardián le abre y las ovejas escuchan su voz. El llama a cada una por su nombre y las hace salir.
Cuando las ha sacado a todas, va delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz.
Nunca seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen su voz".
Jesús les hizo esta comparación, pero ellos no comprendieron lo que les quería decir.
Entonces Jesús prosiguió: "Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas.
Todos aquellos que han venido antes de mí son ladrones y asaltantes, pero las ovejas no los han escuchado.
Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento.
El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Pero yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia."
¿Acaso os parece más digno de crédito el que se acerca por su interés? Será porque hayáis llegado a acostumbraros a ser conducidos con argucias, a ser manipulados... ¡No creéis, precisamente, al que os ofrece toda su vida como ejemplo para que, viendo completa su entrega, podáis conocer el camino que os librará de estar muertos tanto mientras vivís como después de que la tierra os quiera tragar! ¿Qué os impide escapar de la ceguera? ¿Porque mis ropas son pobres no me creéis? ¿Porque no vengo de lejos? ¿Porque sólo tenéis ojos para un espejismo?¿Porque sólo escucháis a los que os mienten?
¡Entrad! Yo soy la puerta. ¡Ved!
Al menos ¡Mirad!
El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas.
El guardián le abre y las ovejas escuchan su voz. El llama a cada una por su nombre y las hace salir.
Cuando las ha sacado a todas, va delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz.
Nunca seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen su voz".
Jesús les hizo esta comparación, pero ellos no comprendieron lo que les quería decir.
Entonces Jesús prosiguió: "Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas.
Todos aquellos que han venido antes de mí son ladrones y asaltantes, pero las ovejas no los han escuchado.
Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento.
El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Pero yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia."
¿Acaso os parece más digno de crédito el que se acerca por su interés? Será porque hayáis llegado a acostumbraros a ser conducidos con argucias, a ser manipulados... ¡No creéis, precisamente, al que os ofrece toda su vida como ejemplo para que, viendo completa su entrega, podáis conocer el camino que os librará de estar muertos tanto mientras vivís como después de que la tierra os quiera tragar! ¿Qué os impide escapar de la ceguera? ¿Porque mis ropas son pobres no me creéis? ¿Porque no vengo de lejos? ¿Porque sólo tenéis ojos para un espejismo?¿Porque sólo escucháis a los que os mienten?
¡Entrad! Yo soy la puerta. ¡Ved!
Al menos ¡Mirad!
domingo, 26 de abril de 2015
Juan 10, 11-18
Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas.
El asalariado, en cambio, que no es el pastor y al que no pertenecen las ovejas, cuando ve venir al lobo las abandona y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa.
Como es asalariado, no se preocupa por las ovejas.
Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí
-como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre- y doy mi vida por las ovejas.
Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño y un solo Pastor.
El Padre me ama porque yo doy mi vida para recobrarla.
Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y de recobrarla: este es el mandato que recibí de mi Padre".
Nada poseo.
Deudor, más que amo.
Bendecido, más que pastor...
Mis metas... no sé dónde andan,
pues no son comparables
a lo que se me regaló.
Soy el guardián acogido,
el custodio sin llave...
... nadie es de mi posesión.
Y si doy pedazos de vida,
simplemente, los devuelvo
pues de ellos parte el beso
que me acaricia el alma
cada despertar.
El asalariado, en cambio, que no es el pastor y al que no pertenecen las ovejas, cuando ve venir al lobo las abandona y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa.
Como es asalariado, no se preocupa por las ovejas.
Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí
-como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre- y doy mi vida por las ovejas.
Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño y un solo Pastor.
El Padre me ama porque yo doy mi vida para recobrarla.
Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y de recobrarla: este es el mandato que recibí de mi Padre".
Nada poseo.
Deudor, más que amo.
Bendecido, más que pastor...
Mis metas... no sé dónde andan,
pues no son comparables
a lo que se me regaló.
Soy el guardián acogido,
el custodio sin llave...
... nadie es de mi posesión.
Y si doy pedazos de vida,
simplemente, los devuelvo
pues de ellos parte el beso
que me acaricia el alma
cada despertar.
sábado, 25 de abril de 2015
Marcos 16, 15-20
Entonces les dijo: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación."
El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará.
Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas;
podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán".
Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios.
Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban.
Cuando sentí sus manos sobre mi rostro supe que ya no quería ver más.
Hubiera hecho eterno aquel instante. Con el sol de la mañana posado en mi cara... el mundo se dispersó.
Protegido, salvado, aceptado, llamado, querido...
... sus manos sobre mi rostro mojado, limpio ahora de todo afán,
relajado, sereno, como un niño en el regazo de su madre... ya no necesitaba más...
Agua del río limpió mi cara y mi pasado, inundando de esperanza mis campos bajo la piel...
y ya no espero más cosecha que la que al final del camino me des si vuelves a posar las manos sobre mi rostro -ojos cerrados- mojadas ya con agua de mar.
El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará.
Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas;
podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán".
Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios.
Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban.
Cuando sentí sus manos sobre mi rostro supe que ya no quería ver más.
Hubiera hecho eterno aquel instante. Con el sol de la mañana posado en mi cara... el mundo se dispersó.
Protegido, salvado, aceptado, llamado, querido...
... sus manos sobre mi rostro mojado, limpio ahora de todo afán,
relajado, sereno, como un niño en el regazo de su madre... ya no necesitaba más...
Agua del río limpió mi cara y mi pasado, inundando de esperanza mis campos bajo la piel...
y ya no espero más cosecha que la que al final del camino me des si vuelves a posar las manos sobre mi rostro -ojos cerrados- mojadas ya con agua de mar.
viernes, 24 de abril de 2015
Juan 6, 52-59
Los judíos discutían entre sí, diciendo: "¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?".
Jesús les respondió: "Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes.
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.
Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente".
Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaún.
"Hermano, ¿qué ha querido decir? Los que le escuchan empiezan a decir que está loco..."
No... Verás. Comer su carne es nutrirnos de Él. Alimentarnos con su enseñanza, con su palabra, con su ejemplo... Comer de Él es tenerle dentro. Es pasar a tener su mismo corazón. A hacernos prolongación de su voz, de sus manos, de su mirar... Creo que quiere que cojamos su relevo.
"¿Y beber su sangre?"
Tal vez es compartir un porqué. Compartir una misma fuente de energía, una misma motivación, caminar hacia una misma meta.
"Pero ellos no lo van a entender... ¡Vendrán a por Él!"
Es que ellos sólo esperan a que cuando Él desaparezca los días barran su sombra.
Pero nosotros no. A nosotros nos llamó...
...
"¿Y qué hacemos?"
...
¡Qué vamos a hacer! No abandonar a un amigo.
Jesús les respondió: "Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes.
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.
Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente".
Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaún.
"Hermano, ¿qué ha querido decir? Los que le escuchan empiezan a decir que está loco..."
No... Verás. Comer su carne es nutrirnos de Él. Alimentarnos con su enseñanza, con su palabra, con su ejemplo... Comer de Él es tenerle dentro. Es pasar a tener su mismo corazón. A hacernos prolongación de su voz, de sus manos, de su mirar... Creo que quiere que cojamos su relevo.
"¿Y beber su sangre?"
Tal vez es compartir un porqué. Compartir una misma fuente de energía, una misma motivación, caminar hacia una misma meta.
"Pero ellos no lo van a entender... ¡Vendrán a por Él!"
Es que ellos sólo esperan a que cuando Él desaparezca los días barran su sombra.
Pero nosotros no. A nosotros nos llamó...
...
"¿Y qué hacemos?"
...
¡Qué vamos a hacer! No abandonar a un amigo.
jueves, 23 de abril de 2015
Juan 6, 44-51
Jesús dijo a la gente: "Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió; y yo lo resucitaré en el último día.
Está escrito en el libro de los Profetas: Todos serán instruidos por Dios. Todo el que oyó al Padre y recibe su enseñanza, viene a mí.
Nadie ha visto nunca al Padre, sino el que viene de Dios: sólo él ha visto al Padre.
Les aseguro que el que cree, tiene Vida eterna.
Yo soy el pan de Vida.
Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron.
Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera.
Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo".
"Jesús, no sé creer."
¿No? Para ti ¿qué es creer?
"No dudar de que algo es como me han dicho que es."
... Imagínate al borde de un acantilado, tan sólo agarrado a la vida por unas ramas. Tu cuerpo cuelga... ¿Quién desearías que apareciera sobre ti y cogiera tu mano? Piensa en una persona.
¿La elegirías por su fuerza para que te pudiera izar? ¿Tal vez por su inteligencia?
"... No. Querría que apareciera mi madre, mi hermano... mi mejor amigo..."
¿Por qué?
"Porque sé que caerían conmigo antes que darse por vencidos o dejarme caer."
¿Lo sabes? ¿Por qué lo sabes?
"Porque me quieren. Confío ciegamente en ellos."
Pues comienza por sentirte querido... la confianza vendrá de la mano. Confiar, creer.
Hay cosas que no es imprescindible ver.
Está escrito en el libro de los Profetas: Todos serán instruidos por Dios. Todo el que oyó al Padre y recibe su enseñanza, viene a mí.
Nadie ha visto nunca al Padre, sino el que viene de Dios: sólo él ha visto al Padre.
Les aseguro que el que cree, tiene Vida eterna.
Yo soy el pan de Vida.
Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron.
Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera.
Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo".
"Jesús, no sé creer."
¿No? Para ti ¿qué es creer?
"No dudar de que algo es como me han dicho que es."
... Imagínate al borde de un acantilado, tan sólo agarrado a la vida por unas ramas. Tu cuerpo cuelga... ¿Quién desearías que apareciera sobre ti y cogiera tu mano? Piensa en una persona.
¿La elegirías por su fuerza para que te pudiera izar? ¿Tal vez por su inteligencia?
"... No. Querría que apareciera mi madre, mi hermano... mi mejor amigo..."
¿Por qué?
"Porque sé que caerían conmigo antes que darse por vencidos o dejarme caer."
¿Lo sabes? ¿Por qué lo sabes?
"Porque me quieren. Confío ciegamente en ellos."
Pues comienza por sentirte querido... la confianza vendrá de la mano. Confiar, creer.
Hay cosas que no es imprescindible ver.
martes, 21 de abril de 2015
Juan 6, 35-40
Jesús dijo a la gente: "Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed.
Pero ya les he dicho: ustedes me han visto y sin embargo no creen.
Todo lo que me da el Padre viene a mí, y al que venga a mí yo no lo rechazaré,
porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió.
La voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda nada de lo que él me dio, sino que lo resucite en el último día.
Esta es la voluntad de mi Padre: que el que ve al Hijo y cree en él, tenga Vida eterna y que yo lo resucite en el último día".
Yo soy pan, como vosotros. Y el mundo entero tiene hambre... Partiros y repartid.
Yo soy mi camino. Seguidlo y nada echaréis de menos. Seguid mi camino y llegaréis tan lejos como se puede llegar.
Llegaréis allí donde el sendero se ensancha hasta convertirse en horizonte. Allí donde brilla toda la luz que, día a día, tantos y tantos generan en este crisol.
El mundo es yunque. Lo que acontece en éste, martillo. Tu espíritu, hoja templada que, golpe a golpe, desprende luz y se hace inmortal.
Llegaréis allí donde sólo hay vida, porque lo perecedero habrá quedado atrás.
Pero ya les he dicho: ustedes me han visto y sin embargo no creen.
Todo lo que me da el Padre viene a mí, y al que venga a mí yo no lo rechazaré,
porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió.
La voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda nada de lo que él me dio, sino que lo resucite en el último día.
Esta es la voluntad de mi Padre: que el que ve al Hijo y cree en él, tenga Vida eterna y que yo lo resucite en el último día".
Yo soy pan, como vosotros. Y el mundo entero tiene hambre... Partiros y repartid.
Yo soy mi camino. Seguidlo y nada echaréis de menos. Seguid mi camino y llegaréis tan lejos como se puede llegar.
Llegaréis allí donde el sendero se ensancha hasta convertirse en horizonte. Allí donde brilla toda la luz que, día a día, tantos y tantos generan en este crisol.
El mundo es yunque. Lo que acontece en éste, martillo. Tu espíritu, hoja templada que, golpe a golpe, desprende luz y se hace inmortal.
Llegaréis allí donde sólo hay vida, porque lo perecedero habrá quedado atrás.
Juan 6, 30-35
La gente dijo a Jesús: "¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas?
Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio de comer el pan bajado del cielo".
Jesús respondió: "Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo;
porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo".
Ellos le dijeron: "Señor, danos siempre de ese pan".
Jesús les respondió: "Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed.
"Jesús, ¿qué harás hoy para que creamos en ti? ¿Qué nuevo prodigio, qué nuevo número, para que nuestra atención no decaiga? Ten en cuenta que hoy es dura tu competencia... El público ya no nos conformamos con cualquier cosa. Si no quieres que cambiemos de canal, ¿con qué nos vas a interesar hoy?
Hoy el pan y circo son insuficientes. La política sale en la pista uno, en la dos, novedades religiosas y alguna persecución. Y un consejo, si quieres mantener a tu público, que no baje el ritmo desde que sube el telón. Recuerda... ya no sirve cualquier cosa. Somos adultos, no críos."
...
Hoy llueve. Sólo lluvia. Pero el maná sigue alimentando a cientos de hambrientos cada mediodía en un sencillo comedor. Un voluntario acompaña a un anciano a que respire aire y vida. Una catequista novata enseña una oración. Acude una pareja al sacerdote y, como otros muchos, aquí estoy, regando con un puñado de palabras el sendero por el que caminaste desde Belén a Resurrección.
...
¿Es obra suficiente? ¿Es prodigio digno de vuestro nivel? ¿O es que no reconocéis milagros que os dejen en evidencia?
Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio de comer el pan bajado del cielo".
Jesús respondió: "Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo;
porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo".
Ellos le dijeron: "Señor, danos siempre de ese pan".
Jesús les respondió: "Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed.
"Jesús, ¿qué harás hoy para que creamos en ti? ¿Qué nuevo prodigio, qué nuevo número, para que nuestra atención no decaiga? Ten en cuenta que hoy es dura tu competencia... El público ya no nos conformamos con cualquier cosa. Si no quieres que cambiemos de canal, ¿con qué nos vas a interesar hoy?
Hoy el pan y circo son insuficientes. La política sale en la pista uno, en la dos, novedades religiosas y alguna persecución. Y un consejo, si quieres mantener a tu público, que no baje el ritmo desde que sube el telón. Recuerda... ya no sirve cualquier cosa. Somos adultos, no críos."
...
Hoy llueve. Sólo lluvia. Pero el maná sigue alimentando a cientos de hambrientos cada mediodía en un sencillo comedor. Un voluntario acompaña a un anciano a que respire aire y vida. Una catequista novata enseña una oración. Acude una pareja al sacerdote y, como otros muchos, aquí estoy, regando con un puñado de palabras el sendero por el que caminaste desde Belén a Resurrección.
...
¿Es obra suficiente? ¿Es prodigio digno de vuestro nivel? ¿O es que no reconocéis milagros que os dejen en evidencia?
lunes, 20 de abril de 2015
Juan 6, 22-29
Después de que Jesús alimentó a unos cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el agua. Al día siguiente, la multitud que se había quedado en la otra orilla vio que Jesús no había subido con sus discípulos en la única barca que había allí, sino que ellos habían partido solos.
Mientras tanto, unas barcas de Tiberíades atracaron cerca del lugar donde habían comido el pan, después que el Señor pronunció la acción de gracias.
Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban allí, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús.
Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo llegaste?".
Jesús les respondió: "Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse.
Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello".
Ellos le preguntaron: "¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?".
Jesús les respondió: "La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado".
"He oído que alimentó a cinco mil que le seguían."
Así fue. Teníamos hambre. Él nos sació.
Repartió todo lo que tenía.
Los panes, que pasaban de mano en mano por si había alguien más necesitado...
Sus palabras... que encendieron una hoguera de alegría en cada corazón.
Y su mirada... que limpiaba con agua, que ungía con fuego.
Nadie acudió buscando pan, sino en busca de su voz. Y al darlo todo, se produjo la comunión.
Éramos uno. Unos cuantos panes... para sólo uno. ¿Dónde empezabas tú? ¿Dónde acababa yo?
Y hoy, nuestras manos siguen partiendo sus panes y de nuestras cinco mil gargantas sigue brotando su voz.
Mientras tanto, unas barcas de Tiberíades atracaron cerca del lugar donde habían comido el pan, después que el Señor pronunció la acción de gracias.
Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban allí, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús.
Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo llegaste?".
Jesús les respondió: "Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse.
Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello".
Ellos le preguntaron: "¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?".
Jesús les respondió: "La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado".
"He oído que alimentó a cinco mil que le seguían."
Así fue. Teníamos hambre. Él nos sació.
Repartió todo lo que tenía.
Los panes, que pasaban de mano en mano por si había alguien más necesitado...
Sus palabras... que encendieron una hoguera de alegría en cada corazón.
Y su mirada... que limpiaba con agua, que ungía con fuego.
Nadie acudió buscando pan, sino en busca de su voz. Y al darlo todo, se produjo la comunión.
Éramos uno. Unos cuantos panes... para sólo uno. ¿Dónde empezabas tú? ¿Dónde acababa yo?
Y hoy, nuestras manos siguen partiendo sus panes y de nuestras cinco mil gargantas sigue brotando su voz.
domingo, 19 de abril de 2015
Lucas 24, 35-48
Los discípulos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes".
Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu,
pero Jesús les preguntó: "¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas?
Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo".
Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies.
Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les preguntó: "¿Tienen aquí algo para comer?".
Ellos le presentaron un trozo de pescado asado;
él lo tomó y lo comió delante de todos.
Después les dijo: "Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos".
Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras,
y añadió: "Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día,
y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados.
Ustedes son testigos de todo esto."
"Pero... ¿cómo puede perdonarme los pecados?"
Lo has escuchado. Él te muestra el camino y eres tú quien lo anda.
Es necesaria tu conversión.
Alégrate, de verdad, con el bien ajeno
y, de verdad, siente pena con su desgracia.
Ofrece tu tiempo a quien lo necesite
e irradia sólo luz con tu palabra.
Ama, que amando la alegría brota a tu paso
y, como una lluvia suave, lavará tu rostro, tu mirada, tus manos...
atrás quedará el egoísmo,
en algún punto del camino... Olvidado.
Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes".
Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu,
pero Jesús les preguntó: "¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas?
Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo".
Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies.
Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les preguntó: "¿Tienen aquí algo para comer?".
Ellos le presentaron un trozo de pescado asado;
él lo tomó y lo comió delante de todos.
Después les dijo: "Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos".
Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras,
y añadió: "Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día,
y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados.
Ustedes son testigos de todo esto."
"Pero... ¿cómo puede perdonarme los pecados?"
Lo has escuchado. Él te muestra el camino y eres tú quien lo anda.
Es necesaria tu conversión.
Alégrate, de verdad, con el bien ajeno
y, de verdad, siente pena con su desgracia.
Ofrece tu tiempo a quien lo necesite
e irradia sólo luz con tu palabra.
Ama, que amando la alegría brota a tu paso
y, como una lluvia suave, lavará tu rostro, tu mirada, tus manos...
atrás quedará el egoísmo,
en algún punto del camino... Olvidado.
sábado, 18 de abril de 2015
Juan 6, 16-21
Al atardecer, sus discípulos bajaron a la orilla del mar
y se embarcaron, para dirigirse a Cafarnaún, que está en la otra orilla. Ya era de noche y Jesús aún no se había reunido con ellos.
El mar estaba agitado, porque soplaba un fuerte viento.
Cuando habían remado unos cinco kilómetros, vieron a Jesús acercarse a la barca caminando sobre el agua, y tuvieron miedo.
El les dijo: "Soy yo, no teman".
Ellos quisieron subirlo a la barca, pero esta tocó tierra en seguida en el lugar adonde iban.
Seguimos juntos.
El grupo sigue unido y su centro, vacío, es Él.
Si así no fuera, las olas ya nos habrían dispersado.
Arrecia la tormenta... y en todos calan el miedo y la duda.
Pero no les dejaré solos.
No soy fuerte, pero junto a mis compañeros me crezco.
No soy valiente, pero no quiero ser un traidor.
Por eso, verle acercarse me reconforta...
y yo, que he estado diez veces a punto de abandonarle, exclamo de nuevo
¿Hacia dónde navegamos Señor?
y se embarcaron, para dirigirse a Cafarnaún, que está en la otra orilla. Ya era de noche y Jesús aún no se había reunido con ellos.
El mar estaba agitado, porque soplaba un fuerte viento.
Cuando habían remado unos cinco kilómetros, vieron a Jesús acercarse a la barca caminando sobre el agua, y tuvieron miedo.
El les dijo: "Soy yo, no teman".
Ellos quisieron subirlo a la barca, pero esta tocó tierra en seguida en el lugar adonde iban.
Seguimos juntos.
El grupo sigue unido y su centro, vacío, es Él.
Si así no fuera, las olas ya nos habrían dispersado.
Arrecia la tormenta... y en todos calan el miedo y la duda.
Pero no les dejaré solos.
No soy fuerte, pero junto a mis compañeros me crezco.
No soy valiente, pero no quiero ser un traidor.
Por eso, verle acercarse me reconforta...
y yo, que he estado diez veces a punto de abandonarle, exclamo de nuevo
¿Hacia dónde navegamos Señor?
viernes, 17 de abril de 2015
Juan 6, 1-15
Jesús atravesó el mar de Galilea, llamado Tiberíades.
Lo seguía una gran multitud, al ver los signos que hacía curando a los enfermos.
Jesús subió a la montaña y se sentó allí con sus discípulos.
Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos.
Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a él y dijo a Felipe: "¿Dónde compraremos pan para darles de comer?".
El decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer.
Felipe le respondió: "Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan".
Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo:
"Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?".
Jesús le respondió: "Háganlos sentar". Había mucho pasto en ese lugar. Todos se sentaron y eran uno cinco mil hombres.
Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron.
Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: "Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada".
Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada.
Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía: "Este es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo".
Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña.
Ellos veían el hecho. Pero no se percataban de su profundidad. Ellos vieron la planta a partir de que se alza sobre el suelo, pero no se preguntaron acerca de su raíz.
Todos comieron y quedaron admirados, mas tú sí te diste cuenta... ¿Verdad?
"Sí, hermano. Aprendí que sacia el pan que se comparte. Y que para multiplicar, hemos de dividir."
Sin embargo... siguen empeñados en hallar un rey que les libere de las ataduras que unos u otros hombres crearon... pero ¿cómo pueden ser libres si no saben dónde nace la libertad?
Según parece hermano, tenemos mucho que caminar.
Lo seguía una gran multitud, al ver los signos que hacía curando a los enfermos.
Jesús subió a la montaña y se sentó allí con sus discípulos.
Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos.
Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a él y dijo a Felipe: "¿Dónde compraremos pan para darles de comer?".
El decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer.
Felipe le respondió: "Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan".
Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo:
"Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?".
Jesús le respondió: "Háganlos sentar". Había mucho pasto en ese lugar. Todos se sentaron y eran uno cinco mil hombres.
Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron.
Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: "Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada".
Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada.
Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía: "Este es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo".
Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña.
Ellos veían el hecho. Pero no se percataban de su profundidad. Ellos vieron la planta a partir de que se alza sobre el suelo, pero no se preguntaron acerca de su raíz.
Todos comieron y quedaron admirados, mas tú sí te diste cuenta... ¿Verdad?
"Sí, hermano. Aprendí que sacia el pan que se comparte. Y que para multiplicar, hemos de dividir."
Sin embargo... siguen empeñados en hallar un rey que les libere de las ataduras que unos u otros hombres crearon... pero ¿cómo pueden ser libres si no saben dónde nace la libertad?
Según parece hermano, tenemos mucho que caminar.
jueves, 16 de abril de 2015
Juan 3, 31-36
El que viene de lo alto está por encima de todos. El que es de la tierra es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo está por encima de todos. De lo que ha visto y ha oído da testimonio, y nadie acepta su testimonio. El que acepta su testimonio certifica la veracidad de Dios. El que Dios envió habla las palabras de Dios, porque no da el Espíritu con medida. El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano. El que cree en el Hijo posee la vida eterna; el que no crea al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él.
Si doy con medida, ¿qué valoro más: lo que doy o lo que me resta?
Si escucho con medida, ¿a quién ansío escuchar?
¿Y si amo hasta cierto punto? ¿Así quieres que te quieran?
¿O esperas de los demás lo que tú no quieres dar?
...
Nuestro camino es el de la revolución constante.
El de la más simple radicalidad.
El de la sublevación que nace de dentro.
El de, cada mañana, la vida por empezar.
Si doy con medida, ¿qué valoro más: lo que doy o lo que me resta?
Si escucho con medida, ¿a quién ansío escuchar?
¿Y si amo hasta cierto punto? ¿Así quieres que te quieran?
¿O esperas de los demás lo que tú no quieres dar?
...
Nuestro camino es el de la revolución constante.
El de la más simple radicalidad.
El de la sublevación que nace de dentro.
El de, cada mañana, la vida por empezar.
miércoles, 15 de abril de 2015
Juan 3, 16-21
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.
Un gran agujero que absorbe toda materia. También existe la luz, que lucha por despegarse de él. Si te aferras a la tierra, no escaparás a su denso y oscuro fin. Si sueltas cuantas cadenas te atan al suelo, te elevarás, ligero, sobre él.
Cuando sea el momento, ya habrás forjado tu suerte. Sin juicio, sin más prueba que aquello en que te hayas convertido.
Despréndete del peso, no dejes que el plomo tense en exceso tu cuerda... pues sólo escapará por la puerta un vibrar con la nota adecuada.
Un gran agujero que absorbe toda materia. También existe la luz, que lucha por despegarse de él. Si te aferras a la tierra, no escaparás a su denso y oscuro fin. Si sueltas cuantas cadenas te atan al suelo, te elevarás, ligero, sobre él.
Cuando sea el momento, ya habrás forjado tu suerte. Sin juicio, sin más prueba que aquello en que te hayas convertido.
Despréndete del peso, no dejes que el plomo tense en exceso tu cuerda... pues sólo escapará por la puerta un vibrar con la nota adecuada.
martes, 14 de abril de 2015
Juan 3, 7b-15
Jesús dijo a Nicodemo: 'Ustedes tienen que renacer de lo alto'.
El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu".
"¿Cómo es posible todo esto?", le volvió a preguntar Nicodemo.
Jesús le respondió: "¿Tú, que eres maestro en Israel, no sabes estas cosas?
Te aseguro que nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero ustedes no aceptan nuestro testimonio.
Si no creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo creerán cuando les hable de las cosas del cielo?
Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo.
De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto,
para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.
El viento no es jornalero, el viento no es amo... pero recoge de la tierra sus semillas y contagia la vida a otros campos.
El viento no se detiene a construir casa o cercado... el viento sólo disfruta volando libre entre sembrados.
En la tierra siembra palabras, de los árboles recoge hechos, los monta sobre su espalda y se los regala a otros vientos.
No hay roca que se resista a la insistencia del viento. Pasa suave, recio o lento, pero su huella perdura y saca su forma al terreno que, como esclavo que naciera a la luz, cobra vida con su aliento.
Levántate sobre el suelo. Tú, como Cristo, eres viento.
El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu".
"¿Cómo es posible todo esto?", le volvió a preguntar Nicodemo.
Jesús le respondió: "¿Tú, que eres maestro en Israel, no sabes estas cosas?
Te aseguro que nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero ustedes no aceptan nuestro testimonio.
Si no creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo creerán cuando les hable de las cosas del cielo?
Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo.
De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto,
para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.
El viento no es jornalero, el viento no es amo... pero recoge de la tierra sus semillas y contagia la vida a otros campos.
El viento no se detiene a construir casa o cercado... el viento sólo disfruta volando libre entre sembrados.
En la tierra siembra palabras, de los árboles recoge hechos, los monta sobre su espalda y se los regala a otros vientos.
No hay roca que se resista a la insistencia del viento. Pasa suave, recio o lento, pero su huella perdura y saca su forma al terreno que, como esclavo que naciera a la luz, cobra vida con su aliento.
Levántate sobre el suelo. Tú, como Cristo, eres viento.
lunes, 13 de abril de 2015
Juan 3, 1-8
Había entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo, que era uno de los notables entre los judíos.
Fue de noche a ver a Jesús y le dijo: "Maestro, sabemos que tú has venido de parte de Dios para enseñar, porque nadie puede realizar los signos que tú haces, si Dios no está con él".
Jesús le respondió: "Te aseguro que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios. "
Nicodemo le preguntó: "¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer?".
Jesús le respondió: "Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios.
Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu.
No te extrañes de que te haya dicho: 'Ustedes tienen que renacer de lo alto'.
El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu".
Fue de noche a ver a Jesús y le dijo: "Maestro, sabemos que tú has venido de parte de Dios para enseñar, porque nadie puede realizar los signos que tú haces, si Dios no está con él".
Jesús le respondió: "Te aseguro que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios. "
Nicodemo le preguntó: "¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer?".
Jesús le respondió: "Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios.
Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu.
No te extrañes de que te haya dicho: 'Ustedes tienen que renacer de lo alto'.
El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu".
Renaced con el anhelo. Recobrad la vista y dirigirla más allá.
Entrad en la comunidad de la esperanza. En la que vive despierta y sueña con una noche con sol.
¿Concibes un reino de amor?
Pon tus manos al servicio de su construcción y defensa. Avanza sin miedo hacia la puerta estrecha, cierra los ojos y... como un niño ansía oír la voz de su madre... ... sobre todo, deséalo.
domingo, 12 de abril de 2015
Juan 20, 19-31
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!".
Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes".
Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo.
Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan".
Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús.
Los otros discípulos le dijeron: "¡Hemos visto al Señor!". El les respondió: "Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré".
Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!".
Luego dijo a Tomás: "Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe".
Tomas respondió: "¡Señor mío y Dios mío!".
Jesús le dijo: "Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!".
Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro.
Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.
"Papá, ¿cómo puedo llegar a creer que resucitaré como Él?"
Logra que tu corazón se desprenda, primero, de lo que crees poseer: dinero, cosas, razones... hasta personas.
Cuando ya nada tengas, entrega lo que eres con amor a los que te rodean.
Por último, cuando ya la lluvia y el rayo de sol, las lágrimas y una sonrisa sean tus tesoros, cierra los ojos... respira muy hondo... sentirás el frescor de la libertad y el olor a hierba de una nueva vida.
Recuérdala entonces ... ¡recuérdala! Porque un día la vivirás.
...
"Papá, ¿me cuentas una historia?"
Verás, un hombre y una mujer dieron en una isla apartada de toda ruta. En la isla, no habitaba nadie más.
Hasta la playa, traídos por la corriente, llegaron algunos restos del naufragio. Entre ellos, una cartera con una gran cantidad de dinero en billetes.
Al encontrarla, su alegría fue grande y, casi de inmediato, buscaron un lugar seguro y discreto donde esconder el caudal.
Pasado un tiempo, la mujer se preguntaba para qué habría de servir esa "reserva". Los tiempos en que poder gastarla, empezaba a pensar, podrían no volver jamás. El hombre, en tanto, cada día caminaba hasta el escondite para comprobar que su patrimonio seguía allí. Ello le reconfortaba y le daba seguridad.
Una mañana, ella le expuso una idea que llevaba días madurando. Ellos no iban a necesitar el capital que atesoraban, con lo que sería mejor meterlo en una botella y ponerlo en manos del mar. Las corrientes lo guiarían y, así, tal vez dicha riqueza tendría la oportunidad de llegar a manos de otros hombres que pudieran hacer uso de él. A manos de gente necesitada, quizá.
Él, primero, la miró en silencio. Soltó una carcajada después y, cuando ella comenzó a pronunciar una nueva palabra, le gritó una bofetada que la llegó a asustar.
Después de aquello, ella no volvió a mencionar su idea nunca más.
...
Años después, una noche la brisa la elevó. Era un viento con velas blancas que avanzaba con suavidad.
A él lo encontró la tripulación de un barco que había desviado su ruta de forma imprevista.
Apenas quedaban sus huesos, rodeando una cartera de cuero podrido.
Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes".
Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo.
Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan".
Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús.
Los otros discípulos le dijeron: "¡Hemos visto al Señor!". El les respondió: "Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré".
Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!".
Luego dijo a Tomás: "Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe".
Tomas respondió: "¡Señor mío y Dios mío!".
Jesús le dijo: "Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!".
Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro.
Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.
"Papá, ¿cómo puedo llegar a creer que resucitaré como Él?"
Logra que tu corazón se desprenda, primero, de lo que crees poseer: dinero, cosas, razones... hasta personas.
Cuando ya nada tengas, entrega lo que eres con amor a los que te rodean.
Por último, cuando ya la lluvia y el rayo de sol, las lágrimas y una sonrisa sean tus tesoros, cierra los ojos... respira muy hondo... sentirás el frescor de la libertad y el olor a hierba de una nueva vida.
Recuérdala entonces ... ¡recuérdala! Porque un día la vivirás.
...
"Papá, ¿me cuentas una historia?"
Verás, un hombre y una mujer dieron en una isla apartada de toda ruta. En la isla, no habitaba nadie más.
Hasta la playa, traídos por la corriente, llegaron algunos restos del naufragio. Entre ellos, una cartera con una gran cantidad de dinero en billetes.
Al encontrarla, su alegría fue grande y, casi de inmediato, buscaron un lugar seguro y discreto donde esconder el caudal.
Pasado un tiempo, la mujer se preguntaba para qué habría de servir esa "reserva". Los tiempos en que poder gastarla, empezaba a pensar, podrían no volver jamás. El hombre, en tanto, cada día caminaba hasta el escondite para comprobar que su patrimonio seguía allí. Ello le reconfortaba y le daba seguridad.
Una mañana, ella le expuso una idea que llevaba días madurando. Ellos no iban a necesitar el capital que atesoraban, con lo que sería mejor meterlo en una botella y ponerlo en manos del mar. Las corrientes lo guiarían y, así, tal vez dicha riqueza tendría la oportunidad de llegar a manos de otros hombres que pudieran hacer uso de él. A manos de gente necesitada, quizá.
Él, primero, la miró en silencio. Soltó una carcajada después y, cuando ella comenzó a pronunciar una nueva palabra, le gritó una bofetada que la llegó a asustar.
Después de aquello, ella no volvió a mencionar su idea nunca más.
...
Años después, una noche la brisa la elevó. Era un viento con velas blancas que avanzaba con suavidad.
A él lo encontró la tripulación de un barco que había desviado su ruta de forma imprevista.
Apenas quedaban sus huesos, rodeando una cartera de cuero podrido.
sábado, 11 de abril de 2015
Marcos 16, 9-15
Jesús, que había resucitado a la mañana del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, aquella de quien había echado siete demonios.
Ella fue a contarlo a los que siempre lo habían acompañado, que estaban afligidos y lloraban.
Cuando la oyeron decir que Jesús estaba vivo y que lo había visto, no le creyeron.
Después, se mostró con otro aspecto a dos de ellos, que iban caminando hacia un poblado.
Y ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero tampoco les creyeron.
En seguida, se apareció a los Once, mientras estaban comiendo, y les reprochó su incredulidad y su obstinación porque no habían creído a quienes lo habían visto resucitado.
Entonces les dijo: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación."
Primero quiso estar con la más necesitada. No con su madre, quien ya lo sentía dentro, cálido y vibrante, sino con aquélla que estuvo desahuciada, fue enterrada en vida y su voz sacó de la fosa pública.
Siete demonios la mantenían atada. Nuestras siete condenas la amortajaban.
Mas cuando el corazón tiene sed, se abre a la lluvia que da la vida.
...
Ahora... antes que la Fe de los fuertes,
antes que la Caridad de los grandes,
Esperanza. Salvavidas de los pequeños. Id y contagiad Esperanza.
Ella fue a contarlo a los que siempre lo habían acompañado, que estaban afligidos y lloraban.
Cuando la oyeron decir que Jesús estaba vivo y que lo había visto, no le creyeron.
Después, se mostró con otro aspecto a dos de ellos, que iban caminando hacia un poblado.
Y ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero tampoco les creyeron.
En seguida, se apareció a los Once, mientras estaban comiendo, y les reprochó su incredulidad y su obstinación porque no habían creído a quienes lo habían visto resucitado.
Entonces les dijo: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación."
Primero quiso estar con la más necesitada. No con su madre, quien ya lo sentía dentro, cálido y vibrante, sino con aquélla que estuvo desahuciada, fue enterrada en vida y su voz sacó de la fosa pública.
Siete demonios la mantenían atada. Nuestras siete condenas la amortajaban.
Mas cuando el corazón tiene sed, se abre a la lluvia que da la vida.
...
Ahora... antes que la Fe de los fuertes,
antes que la Caridad de los grandes,
Esperanza. Salvavidas de los pequeños. Id y contagiad Esperanza.
viernes, 10 de abril de 2015
Juan 21, 1-14
Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así:
estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos.
Simón Pedro les dijo: "Voy a pescar". Ellos le respondieron: "Vamos también nosotros". Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada.
Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él.
Jesús les dijo: "Muchachos, ¿tienen algo para comer?". Ellos respondieron: "No".
El les dijo: "Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán". Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla.
El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: "¡Es el Señor!". Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua.
Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla.
Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan.
Jesús les dijo: "Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar".
Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió.
Jesús les dijo: "Vengan a comer". Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: "¿Quién eres", porque sabían que era el Señor.
Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado.
Esta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos.
Recuerdo cuando entramos en el agua. Pedro callado. Todos en silencio. No nos mirábamos. Se oía el mar...
... era un día arisco, en el que las horas pasaban sin pasar, de forma absurda, con la faz tapada.
Recuerdo cuando nos llamó. Me sentí como un niño a quien su padre llama desde lejos y al acercarse le dice ¿quieres jugar?
Preguntó si teníamos algo para comer...
Volvíamos a casa. Al calor de su hogar.
Y desde el mar vinieron cien peces en nuestro auxilio, aunque entonces -sólo recuerdo nuestras sonrisas- ya no necesitábamos de más alimento que Él.
estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos.
Simón Pedro les dijo: "Voy a pescar". Ellos le respondieron: "Vamos también nosotros". Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada.
Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él.
Jesús les dijo: "Muchachos, ¿tienen algo para comer?". Ellos respondieron: "No".
El les dijo: "Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán". Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla.
El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: "¡Es el Señor!". Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua.
Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla.
Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan.
Jesús les dijo: "Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar".
Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió.
Jesús les dijo: "Vengan a comer". Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: "¿Quién eres", porque sabían que era el Señor.
Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado.
Esta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos.
Recuerdo cuando entramos en el agua. Pedro callado. Todos en silencio. No nos mirábamos. Se oía el mar...
... era un día arisco, en el que las horas pasaban sin pasar, de forma absurda, con la faz tapada.
Recuerdo cuando nos llamó. Me sentí como un niño a quien su padre llama desde lejos y al acercarse le dice ¿quieres jugar?
Preguntó si teníamos algo para comer...
Volvíamos a casa. Al calor de su hogar.
Y desde el mar vinieron cien peces en nuestro auxilio, aunque entonces -sólo recuerdo nuestras sonrisas- ya no necesitábamos de más alimento que Él.
jueves, 9 de abril de 2015
Lucas 24, 35-48
Los discípulos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes".
Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu,
pero Jesús les preguntó: "¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas?
Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo".
Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies.
Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les preguntó: "¿Tienen aquí algo para comer?".
Ellos le presentaron un trozo de pescado asado;
él lo tomó y lo comió delante de todos.
Después les dijo: "Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos".
Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras,
y añadió: "Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día,
y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados.
Ustedes son testigos de todo esto."
Aunque mi mano
contenga la respiración
con el tacto de tu piel...
Aunque mis dedos
se afanen en retener
tanta dicha,
la alegría nubla mis ojos
y ni siquiera distingo
la voz del mundo
que niega que puedas
volver.
Sí. Creo.
Quiero creer,
y quiero que llegue mi muerte
para confirmar que,
por nosotros,
hoy estás
de nuevo aquí.
¿Cuándo has llegado?
¿Hasta cuándo te quedas?
No me dejes
solo conmigo otra vez...
Si es sueño,
vale una vida.
Si es vida,
merece la pena soñar
que este milagro perviva
aunque mis ojos
ya sólo vean tu luz,
aunque mis pies
ya no sientan el suelo,
aunque este sentimiento
ya no necesite
de más voz.
Mas si, de nuevo,
te adelantas en el camino...
habré de seguir tu paso
no como vidente
que avanza a oscuras
sino como ciego confiado
al que guía
tu luz.
Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes".
Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu,
pero Jesús les preguntó: "¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas?
Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo".
Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies.
Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les preguntó: "¿Tienen aquí algo para comer?".
Ellos le presentaron un trozo de pescado asado;
él lo tomó y lo comió delante de todos.
Después les dijo: "Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos".
Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras,
y añadió: "Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día,
y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados.
Ustedes son testigos de todo esto."
Aunque mi mano
contenga la respiración
con el tacto de tu piel...
Aunque mis dedos
se afanen en retener
tanta dicha,
la alegría nubla mis ojos
y ni siquiera distingo
la voz del mundo
que niega que puedas
volver.
Sí. Creo.
Quiero creer,
y quiero que llegue mi muerte
para confirmar que,
por nosotros,
hoy estás
de nuevo aquí.
¿Cuándo has llegado?
¿Hasta cuándo te quedas?
No me dejes
solo conmigo otra vez...
Si es sueño,
vale una vida.
Si es vida,
merece la pena soñar
que este milagro perviva
aunque mis ojos
ya sólo vean tu luz,
aunque mis pies
ya no sientan el suelo,
aunque este sentimiento
ya no necesite
de más voz.
Mas si, de nuevo,
te adelantas en el camino...
habré de seguir tu paso
no como vidente
que avanza a oscuras
sino como ciego confiado
al que guía
tu luz.
miércoles, 8 de abril de 2015
Lucas 24, 13-35
Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo: «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?»
Ellos se detuvieron preocupados.
Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?»
Él les preguntó: «¿Qué?»
Ellos le contestaron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; como lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace ya dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.»
Entonces Jesús les dijo: «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?»
Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura.
Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída.»
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció.
Ellos comentaron: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?»
Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.»
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
"Nosotros esperábamos..."
¿Qué esperabais? ¿A qué llamáis liberación? ¿De quién os queréis liberar?
Abrid las manos y dejad que caigan bienes y orgullos al suelo del que no se despegarán.
¿Os cuesta? ¿Quién os lo impide?
Siervos, ahí tenéis a vuestro amo. Habita en vosotros y espera a que el último de vuestros días no podáis despegaros de él.
...
No fue al hablarnos. Ni al explicar la Escritura...
"Le reconocimos al partir el pan."
Él muestra el camino para ser libre, tanto al que recibe como al que da.
Él les dijo: «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?»
Ellos se detuvieron preocupados.
Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?»
Él les preguntó: «¿Qué?»
Ellos le contestaron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; como lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace ya dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.»
Entonces Jesús les dijo: «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?»
Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura.
Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída.»
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció.
Ellos comentaron: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?»
Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.»
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
"Nosotros esperábamos..."
¿Qué esperabais? ¿A qué llamáis liberación? ¿De quién os queréis liberar?
Abrid las manos y dejad que caigan bienes y orgullos al suelo del que no se despegarán.
¿Os cuesta? ¿Quién os lo impide?
Siervos, ahí tenéis a vuestro amo. Habita en vosotros y espera a que el último de vuestros días no podáis despegaros de él.
...
No fue al hablarnos. Ni al explicar la Escritura...
"Le reconocimos al partir el pan."
Él muestra el camino para ser libre, tanto al que recibe como al que da.
martes, 7 de abril de 2015
Juan 20, 11-18
María se había quedado afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro
y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús.
Ellos le dijeron: "Mujer, ¿por qué lloras?". María respondió: "Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto".
Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció.
Jesús le preguntó: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?". Ella, pensando que era el cuidador de la huerta, le respondió: "Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo".
Jesús le dijo: "¡María!". Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: "¡Raboní!", es decir "¡Maestro!".
Jesús le dijo: "No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: 'Subo a mi Padre, el Padre de ustedes; a mi Dios, el Dios de ustedes'".
María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y que él le había dicho esas palabras.
"¿Por qué lloras?"
Porque con Él nunca lloré. Nunca sentí vergüenza. Porque en Él estaba el abrazo de mi madre y de mi padre la forma en que me hablaba... Porque me siento más sola que nunca y porque sólo recuerdo su sonrisa. Lloro porque me pesa el rostro...
"Pero Él te está esperando. Y ya os ha enseñado el camino."
Sí, nos lo dijo... pero dejad que, primero, se sequen mis ojos... que vomite todo el llanto que cabe en mi pecho antes de que amanezca...
... y la esperanza me tienda la mano.
y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús.
Ellos le dijeron: "Mujer, ¿por qué lloras?". María respondió: "Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto".
Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció.
Jesús le preguntó: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?". Ella, pensando que era el cuidador de la huerta, le respondió: "Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo".
Jesús le dijo: "¡María!". Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: "¡Raboní!", es decir "¡Maestro!".
Jesús le dijo: "No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: 'Subo a mi Padre, el Padre de ustedes; a mi Dios, el Dios de ustedes'".
María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y que él le había dicho esas palabras.
"¿Por qué lloras?"
Porque con Él nunca lloré. Nunca sentí vergüenza. Porque en Él estaba el abrazo de mi madre y de mi padre la forma en que me hablaba... Porque me siento más sola que nunca y porque sólo recuerdo su sonrisa. Lloro porque me pesa el rostro...
"Pero Él te está esperando. Y ya os ha enseñado el camino."
Sí, nos lo dijo... pero dejad que, primero, se sequen mis ojos... que vomite todo el llanto que cabe en mi pecho antes de que amanezca...
... y la esperanza me tienda la mano.
lunes, 6 de abril de 2015
Mateo 28, 8-15
Las mujeres, atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y fueron a dar la noticia a los discípulos.
De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: "Alégrense". Ellas se acercaron y, abrazándole los pies, se postraron delante de él.
Y Jesús les dijo: "No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán".
Mientras ellas se alejaban, algunos guardias fueron a la ciudad para contar a los sumos sacerdotes todo lo que había sucedido.
Estos se reunieron con los ancianos y, de común acuerdo, dieron a los soldados una gran cantidad de dinero, con esta consigna: "Digan así: 'Sus discípulos vinieron durante la noche y robaron su cuerpo, mientras dormíamos'.
Si el asunto llega a oídos del gobernador, nosotros nos encargaremos de apaciguarlo y de evitarles a ustedes cualquier contratiempo".
Ellos recibieron el dinero y cumplieron la consigna. Esta versión se ha difundido entre los judíos hasta el día de hoy.
"Sus discípulos robaron el cuerpo."
¿Y para qué lo habríamos de robar?
Seguís ciegos... No llegáis a adivinar qué es lo que ocurre, ¿verdad?
Jesús está aquí, vivo. Aun a nosotros nos cuesta reconocerlo en un nuevo rostro, pero ya podemos distinguirlo... porque no olvidamos sus facciones íntimas, su seña de identidad.
¿Habéis recurrido, como siempre, a vuestro dinero para comprar el silencio de los testigos?
Os lo podías haber ahorrado... nuestros ojos ya no ven por vuestros ojos. Nuestra ley ya no es vuestra ley. Vuestros testigos ¿dirán que no hemos vivido lo que vivimos? ¿Por qué debería preocuparnos? Son sólo unos pobres esclavos que no han podido mirar más allá de sus bolsillos...
Seguid encerrados en vuestro bastión inexpugnable... Lo rodearemos, pasando de largo, como las olas pasan sobre una roca.
De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: "Alégrense". Ellas se acercaron y, abrazándole los pies, se postraron delante de él.
Y Jesús les dijo: "No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán".
Mientras ellas se alejaban, algunos guardias fueron a la ciudad para contar a los sumos sacerdotes todo lo que había sucedido.
Estos se reunieron con los ancianos y, de común acuerdo, dieron a los soldados una gran cantidad de dinero, con esta consigna: "Digan así: 'Sus discípulos vinieron durante la noche y robaron su cuerpo, mientras dormíamos'.
Si el asunto llega a oídos del gobernador, nosotros nos encargaremos de apaciguarlo y de evitarles a ustedes cualquier contratiempo".
Ellos recibieron el dinero y cumplieron la consigna. Esta versión se ha difundido entre los judíos hasta el día de hoy.
"Sus discípulos robaron el cuerpo."
¿Y para qué lo habríamos de robar?
Seguís ciegos... No llegáis a adivinar qué es lo que ocurre, ¿verdad?
Jesús está aquí, vivo. Aun a nosotros nos cuesta reconocerlo en un nuevo rostro, pero ya podemos distinguirlo... porque no olvidamos sus facciones íntimas, su seña de identidad.
¿Habéis recurrido, como siempre, a vuestro dinero para comprar el silencio de los testigos?
Os lo podías haber ahorrado... nuestros ojos ya no ven por vuestros ojos. Nuestra ley ya no es vuestra ley. Vuestros testigos ¿dirán que no hemos vivido lo que vivimos? ¿Por qué debería preocuparnos? Son sólo unos pobres esclavos que no han podido mirar más allá de sus bolsillos...
Seguid encerrados en vuestro bastión inexpugnable... Lo rodearemos, pasando de largo, como las olas pasan sobre una roca.
domingo, 5 de abril de 2015
Juan 20, 1-9
El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada.
Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto".
Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro.
Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes.
Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró.
Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo,
y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte.
Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó.
Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos.
Fui hasta allí porque no podía dormir... Y porque pensé que, a esa hora, no habría nadie. Necesitaba estar a solas con Él. Hablarle a solas...
"¿Y qué pasó?"
Al llegar me tembló la mirada y un instante se apagaron mis ojos porque lo que éstos me contaron no podía ser...
El hueco estaba abierto y desde dentro me llamó la muerte y su aliento olía a tierra fría mojada. No recuerdo cuándo empecé a correr... Le buscaba a Él, no sé, a vosotros, a cualquiera que tirase de mi mano para correr más deprisa... Necesitaba notar una brizna de calor... Algo que me recordara que estaba viva... recuperar el llanto, siquiera respirar... Entonces el sol acarició mi frente.
Paré y quedé en el camino arrodillada.
Supe que el camino iba a ser mucho más largo y que ahora quedaba en nuestras gargantas su voz.
Supe que Él me miraba y que ya nada me amenazaba.
Supe que al levantarme iba a emprender mi camino y que su final no es la oscuridad de un agujero cavado sino un sitio sin lugar donde confluyen todas las brisas de la primavera.
Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto".
Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro.
Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes.
Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró.
Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo,
y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte.
Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó.
Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos.
Fui hasta allí porque no podía dormir... Y porque pensé que, a esa hora, no habría nadie. Necesitaba estar a solas con Él. Hablarle a solas...
"¿Y qué pasó?"
Al llegar me tembló la mirada y un instante se apagaron mis ojos porque lo que éstos me contaron no podía ser...
El hueco estaba abierto y desde dentro me llamó la muerte y su aliento olía a tierra fría mojada. No recuerdo cuándo empecé a correr... Le buscaba a Él, no sé, a vosotros, a cualquiera que tirase de mi mano para correr más deprisa... Necesitaba notar una brizna de calor... Algo que me recordara que estaba viva... recuperar el llanto, siquiera respirar... Entonces el sol acarició mi frente.
Paré y quedé en el camino arrodillada.
Supe que el camino iba a ser mucho más largo y que ahora quedaba en nuestras gargantas su voz.
Supe que Él me miraba y que ya nada me amenazaba.
Supe que al levantarme iba a emprender mi camino y que su final no es la oscuridad de un agujero cavado sino un sitio sin lugar donde confluyen todas las brisas de la primavera.
sábado, 4 de abril de 2015
Marcos 16, 1-8.
Pasado el sábado, María Magdalena, María, la madre de Santiago, y Salomé compraron perfumes para ungir el cuerpo de Jesús.
A la madrugada del primer día de la semana, cuando salía el sol, fueron al sepulcro.
Y decían entre ellas: "¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?".
Pero al mirar, vieron que la piedra había sido corrida; era una piedra muy grande.
Al entrar al sepulcro, vieron a un joven sentado a la derecha, vestido con una túnica blanca. Ellas quedaron sorprendidas,
pero él les dijo: "No teman. Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado, no está aquí. Miren el lugar donde lo habían puesto.
Vayan ahora a decir a sus discípulos y a Pedro que él irá antes que ustedes a Galilea; allí lo verán, como él se lo había dicho". Ellas salieron corriendo del sepulcro, porque estaban temblando y fuera de sí. Y no dijeron nada a nadie, porque tenían miedo.
"La piedra ha sido corrida."
Tras la muerte, la tierra trata de retener no sólo lo que es suyo. Extiende su enrredadera, abraza el torso de quien ya no opone resistencia y lo hunde hacia sus entrañas. Lo engulle.
Pero Él no se ha quedado a esperarla.
Ha salido del sepulcro andando sobre sus piernas: el amor y la esperanza. Y viene hacia ti. Tendrás miedo a escuchar lo que te pida, mas... ¿Preferirías mover su lápida y comprobar que también Èl es pasto de los gusanos?
¿Qué harás cuando te tienda la mano?
A la madrugada del primer día de la semana, cuando salía el sol, fueron al sepulcro.
Y decían entre ellas: "¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?".
Pero al mirar, vieron que la piedra había sido corrida; era una piedra muy grande.
Al entrar al sepulcro, vieron a un joven sentado a la derecha, vestido con una túnica blanca. Ellas quedaron sorprendidas,
pero él les dijo: "No teman. Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado, no está aquí. Miren el lugar donde lo habían puesto.
Vayan ahora a decir a sus discípulos y a Pedro que él irá antes que ustedes a Galilea; allí lo verán, como él se lo había dicho". Ellas salieron corriendo del sepulcro, porque estaban temblando y fuera de sí. Y no dijeron nada a nadie, porque tenían miedo.
"La piedra ha sido corrida."
Tras la muerte, la tierra trata de retener no sólo lo que es suyo. Extiende su enrredadera, abraza el torso de quien ya no opone resistencia y lo hunde hacia sus entrañas. Lo engulle.
Pero Él no se ha quedado a esperarla.
Ha salido del sepulcro andando sobre sus piernas: el amor y la esperanza. Y viene hacia ti. Tendrás miedo a escuchar lo que te pida, mas... ¿Preferirías mover su lápida y comprobar que también Èl es pasto de los gusanos?
¿Qué harás cuando te tienda la mano?
viernes, 3 de abril de 2015
Juan 18, 1-40.19, 1-42
Jesús fue con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón. Había en ese lugar una huerta y allí entró con ellos.
Judas, el traidor, también conocía el lugar porque Jesús y sus discípulos se reunían allí con frecuencia.
Entonces Judas, al frente de un destacamento de soldados y de los guardias designados por los sumos sacerdotes y los fariseos, llegó allí con faroles, antorchas y armas.
Jesús, sabiendo todo lo que le iba a suceder, se adelantó y les preguntó: "¿A quién buscan?".
Le respondieron: "A Jesús, el Nazareno". El les dijo: "Soy yo". Judas, el que lo entregaba, estaba con ellos.
Cuando Jesús les dijo: "Soy yo", ellos retrocedieron y cayeron en tierra.
Les preguntó nuevamente: "¿A quién buscan?". Le dijeron: "A Jesús, el Nazareno".
Jesús repitió: "Ya les dije que soy yo. Si es a mí a quien buscan, dejEn que estos se vayan".
Así debía cumplirse la palabra que él había dicho: "No he perdido a ninguno de los que me confiaste".
Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. El servidor se llamaba Malco.
Jesús dijo a Simón Pedro: "Envaina tu espada. ¿ Acaso no beberé el cáliz que me ha dado el Padre?".
El destacamento de soldados, con el tribuno y los guardias judíos, se apoderaron de Jesús y lo ataron.
Lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, Sumo Sacerdote aquel año.
Caifás era el que había aconsejado a los judíos: "Es preferible que un solo hombre muera por el pueblo".
Entre tanto, Simón Pedro, acompañado de otro discípulo, seguía a Jesús. Este discípulo, que era conocido del Sumo Sacerdote, entró con Jesús en el patio del Pontífice,
mientras Pedro permanecía afuera, en la puerta. El otro discípulo, el que era conocido del Sumo Sacerdote, salió, habló a la portera e hizo entrar a Pedro.
La portera dijo entonces a Pedro: "¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?". El le respondió: "No lo soy".
Los servidores y los guardias se calentaban junto al fuego, que habían encendido porque hacía frío. Pedro también estaba con ellos, junto al fuego.
El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su enseñanza.
Jesús le respondió: "He hablado abiertamente al mundo; siempre enseñé en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada en secreto.
¿Por qué me interrogas a mí? Pregunta a los que me han oído qué les enseñé. Ellos saben bien lo que he dicho".
Apenas Jesús dijo esto, uno de los guardias allí presentes le dio una bofetada, diciéndole: "¿Así respondes al Sumo Sacerdote?".
Jesús le respondió: "Si he hablado mal, muestra en qué ha sido; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?".
Entonces Anás lo envió atado ante el Sumo Sacerdote Caifás.
Simón Pedro permanecía junto al fuego. Los que estaban con él le dijeron: "¿No eres tú también uno de sus discípulos?". El lo negó y dijo: "No lo soy".
Uno de los servidores del Sumo Sacerdote, pariente de aquel al que Pedro había cortado la oreja, insistió: "¿Acaso no te vi con él en la huerta?".
Pedro volvió a negarlo, y en seguida cantó el gallo.
Desde la casa de Caifás llevaron a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Pero ellos no entraron en el pretorio, para no contaminarse y poder así participar en la comida de Pascua.
Pilato salió a donde estaban ellos y les preguntó: "¿Qué acusación traen contra este hombre?". Ellos respondieron:
"Si no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos entregado".
Pilato les dijo: "Tómenlo y júzguenlo ustedes mismos, según la Ley que tienen". Los judíos le dijeron: "A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie".
Así debía cumplirse lo que había dicho Jesús cuando indicó cómo iba a morir.
Pilato volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: "¿Eres tú el rey de los judíos?".
Jesús le respondió: "¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?".
Pilato replicó: "¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?".
Jesús respondió: "Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí".
Pilato le dijo: "¿Entonces tú eres rey?". Jesús respondió: "Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz".
Pilato le preguntó: "¿Qué es la verdad?". Al decir esto, salió nuevamente a donde estaban los judíos y les dijo: "Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo.
Y ya que ustedes tienen la costumbre de que ponga en libertad a alguien, en ocasión de la Pascua, ¿quieren que suelte al rey de los judíos?".
Ellos comenzaron a gritar, diciendo: "¡A él no, a Barrabás!". Barrabás era un bandido.
Pilato mandó entonces azotar a Jesús.
Los soldados tejieron una corona de espinas y se la pusieron sobre la cabeza. Lo revistieron con un manto rojo,
y acercándose, le decían: "¡Salud, rey de los judíos!", y lo abofeteaban.
Pilato volvió a salir y les dijo: "Miren, lo traigo afuera para que sepan que no encuentro en él ningún motivo de condena".
Jesús salió, llevando la corona de espinas y el manto rojo. Pilato les dijo: "¡Aquí tienen al hombre!".
Cuando los sumos sacerdotes y los guardias lo vieron, gritaron: "¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!". Pilato les dijo: "Tómenlo ustedes y crucifíquenlo. Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo".
Los judíos respondieron: "Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir porque él pretende ser Hijo de Dios".
Al oír estas palabras, Pilato se alarmó más todavía.
Volvió a entrar en el pretorio y preguntó a Jesús: "¿De dónde eres tú?". Pero Jesús no le respondió nada.
Pilato le dijo: "¿No quieres hablarme? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y también para crucificarte?".
Jesús le respondió: " Tú no tendrías sobre mí ninguna autoridad, si no la hubieras recibido de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti ha cometido un pecado más grave".
Desde ese momento, Pilato trataba de ponerlo en libertad. Pero los judíos gritaban: "Si lo sueltas, no eres amigo del César, porque el que se hace rey se opone al César".
Al oír esto, Pilato sacó afuera a Jesús y lo hizo sentar sobre un estrado, en el lugar llamado "el Empedrado", en hebreo, "Gábata".
Era el día de la Preparación de la Pascua, alrededor del mediodía. Pilato dijo a los judíos: "Aquí tienen a su rey".
Ellos vociferaban: "¡Que muera! ¡Que muera! ¡Crucifícalo!". Pilato les dijo: "¿Voy a crucificar a su rey?". Los sumos sacerdotes respondieron: "No tenemos otro rey que el César".
Entonces Pilato se lo entregó para que lo crucificaran, y ellos se lo llevaron.
Jesús, cargando sobre sí la cruz, salió de la ciudad para dirigirse al lugar llamado "del Cráneo", en hebreo "Gólgota".
Allí lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en el medio.
Pilato redactó una inscripción que decía: "Jesús el Nazareno, rey de los judíos", y la hizo poner sobre la cruz.
Muchos judíos leyeron esta inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad y la inscripción estaba en hebreo, latín y griego.
Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: "No escribas: 'El rey de los judíos', sino: 'Este ha dicho: Yo soy el rey de los judíos'.
Pilato respondió: "Lo escrito, escrito está".
Después que los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestiduras y las dividieron en cuatro partes, una para cada uno. Tomaron también la túnica, y como no tenía costura, porque estaba hecha de una sola pieza de arriba abajo,
se dijeron entre sí: "No la rompamos. Vamos a sortearla, para ver a quién le toca". Así se cumplió la Escritura que dice: Se repartieron mis vestiduras y sortearon mi túnica. Esto fue lo que hicieron los soldados.
Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena.
Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: "Mujer, aquí tienes a tu hijo".
Luego dijo al discípulo: "Aquí tienes a tu madre". Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.
Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo: Tengo sed.
Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una esponja, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca.
Después de beber el vinagre, dijo Jesús: "Todo se ha cumplido". E inclinando la cabeza, entregó su espíritu.
Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne.
Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús.
Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas,
sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua.
El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean.
Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: No le quebrarán ninguno de sus huesos.
Y otro pasaje de la Escritura, dice: Verán al que ellos mismos traspasaron.
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús -pero secretamente, por temor a los judíos- pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se la concedió, y él fue a retirarlo.
Fue también Nicodemo, el mismo que anteriormente había ido a verlo de noche, y trajo una mezcla de mirra y áloe, que pesaba unos treinta kilos.
Tomaron entonces el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas, agregándole la mezcla de perfumes, según la costumbre de sepultar que tienen los judíos.
En el lugar donde lo crucificaron había una huerta y en ella, una tumba nueva, en la que todavía nadie había sido sepultado.
Como era para los judíos el día de la Preparación y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.
"Por favor, apaga la luz."
Judas, el traidor, también conocía el lugar porque Jesús y sus discípulos se reunían allí con frecuencia.
Entonces Judas, al frente de un destacamento de soldados y de los guardias designados por los sumos sacerdotes y los fariseos, llegó allí con faroles, antorchas y armas.
Jesús, sabiendo todo lo que le iba a suceder, se adelantó y les preguntó: "¿A quién buscan?".
Le respondieron: "A Jesús, el Nazareno". El les dijo: "Soy yo". Judas, el que lo entregaba, estaba con ellos.
Cuando Jesús les dijo: "Soy yo", ellos retrocedieron y cayeron en tierra.
Les preguntó nuevamente: "¿A quién buscan?". Le dijeron: "A Jesús, el Nazareno".
Jesús repitió: "Ya les dije que soy yo. Si es a mí a quien buscan, dejEn que estos se vayan".
Así debía cumplirse la palabra que él había dicho: "No he perdido a ninguno de los que me confiaste".
Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. El servidor se llamaba Malco.
Jesús dijo a Simón Pedro: "Envaina tu espada. ¿ Acaso no beberé el cáliz que me ha dado el Padre?".
El destacamento de soldados, con el tribuno y los guardias judíos, se apoderaron de Jesús y lo ataron.
Lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, Sumo Sacerdote aquel año.
Caifás era el que había aconsejado a los judíos: "Es preferible que un solo hombre muera por el pueblo".
Entre tanto, Simón Pedro, acompañado de otro discípulo, seguía a Jesús. Este discípulo, que era conocido del Sumo Sacerdote, entró con Jesús en el patio del Pontífice,
mientras Pedro permanecía afuera, en la puerta. El otro discípulo, el que era conocido del Sumo Sacerdote, salió, habló a la portera e hizo entrar a Pedro.
La portera dijo entonces a Pedro: "¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?". El le respondió: "No lo soy".
Los servidores y los guardias se calentaban junto al fuego, que habían encendido porque hacía frío. Pedro también estaba con ellos, junto al fuego.
El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su enseñanza.
Jesús le respondió: "He hablado abiertamente al mundo; siempre enseñé en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada en secreto.
¿Por qué me interrogas a mí? Pregunta a los que me han oído qué les enseñé. Ellos saben bien lo que he dicho".
Apenas Jesús dijo esto, uno de los guardias allí presentes le dio una bofetada, diciéndole: "¿Así respondes al Sumo Sacerdote?".
Jesús le respondió: "Si he hablado mal, muestra en qué ha sido; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?".
Entonces Anás lo envió atado ante el Sumo Sacerdote Caifás.
Simón Pedro permanecía junto al fuego. Los que estaban con él le dijeron: "¿No eres tú también uno de sus discípulos?". El lo negó y dijo: "No lo soy".
Uno de los servidores del Sumo Sacerdote, pariente de aquel al que Pedro había cortado la oreja, insistió: "¿Acaso no te vi con él en la huerta?".
Pedro volvió a negarlo, y en seguida cantó el gallo.
Desde la casa de Caifás llevaron a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Pero ellos no entraron en el pretorio, para no contaminarse y poder así participar en la comida de Pascua.
Pilato salió a donde estaban ellos y les preguntó: "¿Qué acusación traen contra este hombre?". Ellos respondieron:
"Si no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos entregado".
Pilato les dijo: "Tómenlo y júzguenlo ustedes mismos, según la Ley que tienen". Los judíos le dijeron: "A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie".
Así debía cumplirse lo que había dicho Jesús cuando indicó cómo iba a morir.
Pilato volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: "¿Eres tú el rey de los judíos?".
Jesús le respondió: "¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?".
Pilato replicó: "¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?".
Jesús respondió: "Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí".
Pilato le dijo: "¿Entonces tú eres rey?". Jesús respondió: "Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz".
Pilato le preguntó: "¿Qué es la verdad?". Al decir esto, salió nuevamente a donde estaban los judíos y les dijo: "Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo.
Y ya que ustedes tienen la costumbre de que ponga en libertad a alguien, en ocasión de la Pascua, ¿quieren que suelte al rey de los judíos?".
Ellos comenzaron a gritar, diciendo: "¡A él no, a Barrabás!". Barrabás era un bandido.
Pilato mandó entonces azotar a Jesús.
Los soldados tejieron una corona de espinas y se la pusieron sobre la cabeza. Lo revistieron con un manto rojo,
y acercándose, le decían: "¡Salud, rey de los judíos!", y lo abofeteaban.
Pilato volvió a salir y les dijo: "Miren, lo traigo afuera para que sepan que no encuentro en él ningún motivo de condena".
Jesús salió, llevando la corona de espinas y el manto rojo. Pilato les dijo: "¡Aquí tienen al hombre!".
Cuando los sumos sacerdotes y los guardias lo vieron, gritaron: "¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!". Pilato les dijo: "Tómenlo ustedes y crucifíquenlo. Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo".
Los judíos respondieron: "Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir porque él pretende ser Hijo de Dios".
Al oír estas palabras, Pilato se alarmó más todavía.
Volvió a entrar en el pretorio y preguntó a Jesús: "¿De dónde eres tú?". Pero Jesús no le respondió nada.
Pilato le dijo: "¿No quieres hablarme? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y también para crucificarte?".
Jesús le respondió: " Tú no tendrías sobre mí ninguna autoridad, si no la hubieras recibido de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti ha cometido un pecado más grave".
Desde ese momento, Pilato trataba de ponerlo en libertad. Pero los judíos gritaban: "Si lo sueltas, no eres amigo del César, porque el que se hace rey se opone al César".
Al oír esto, Pilato sacó afuera a Jesús y lo hizo sentar sobre un estrado, en el lugar llamado "el Empedrado", en hebreo, "Gábata".
Era el día de la Preparación de la Pascua, alrededor del mediodía. Pilato dijo a los judíos: "Aquí tienen a su rey".
Ellos vociferaban: "¡Que muera! ¡Que muera! ¡Crucifícalo!". Pilato les dijo: "¿Voy a crucificar a su rey?". Los sumos sacerdotes respondieron: "No tenemos otro rey que el César".
Entonces Pilato se lo entregó para que lo crucificaran, y ellos se lo llevaron.
Jesús, cargando sobre sí la cruz, salió de la ciudad para dirigirse al lugar llamado "del Cráneo", en hebreo "Gólgota".
Allí lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en el medio.
Pilato redactó una inscripción que decía: "Jesús el Nazareno, rey de los judíos", y la hizo poner sobre la cruz.
Muchos judíos leyeron esta inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad y la inscripción estaba en hebreo, latín y griego.
Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: "No escribas: 'El rey de los judíos', sino: 'Este ha dicho: Yo soy el rey de los judíos'.
Pilato respondió: "Lo escrito, escrito está".
Después que los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestiduras y las dividieron en cuatro partes, una para cada uno. Tomaron también la túnica, y como no tenía costura, porque estaba hecha de una sola pieza de arriba abajo,
se dijeron entre sí: "No la rompamos. Vamos a sortearla, para ver a quién le toca". Así se cumplió la Escritura que dice: Se repartieron mis vestiduras y sortearon mi túnica. Esto fue lo que hicieron los soldados.
Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena.
Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: "Mujer, aquí tienes a tu hijo".
Luego dijo al discípulo: "Aquí tienes a tu madre". Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.
Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo: Tengo sed.
Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una esponja, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca.
Después de beber el vinagre, dijo Jesús: "Todo se ha cumplido". E inclinando la cabeza, entregó su espíritu.
Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne.
Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús.
Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas,
sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua.
El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean.
Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: No le quebrarán ninguno de sus huesos.
Y otro pasaje de la Escritura, dice: Verán al que ellos mismos traspasaron.
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús -pero secretamente, por temor a los judíos- pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se la concedió, y él fue a retirarlo.
Fue también Nicodemo, el mismo que anteriormente había ido a verlo de noche, y trajo una mezcla de mirra y áloe, que pesaba unos treinta kilos.
Tomaron entonces el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas, agregándole la mezcla de perfumes, según la costumbre de sepultar que tienen los judíos.
En el lugar donde lo crucificaron había una huerta y en ella, una tumba nueva, en la que todavía nadie había sido sepultado.
Como era para los judíos el día de la Preparación y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.
"Por favor, apaga la luz."
Ha sido arrastrado... mas parece que haya alcanzado la meta tras un camino de años. Ha sido golpeado hasta que los golpes sonaban a muerto... mas no le han arrancado un lamento. Ni una lágrima. Ha sido humillado por quienes aún se relamen oliendo su despojo... pero no harán presa más que en un pedazo de cuero entumecido. Ha sido entregado a la jauría ejecutora con las manos atadas a la espalda... y, sin embargo, no pudieron ahogarle en rencor.
...
"Hemos matado a Jesús. Y no se ha resistido. Era un cobarde, ¿verdad?"
Podéis dormir tranquilos. Él no vendrá a estropear vuestros sueños.
Recordad este momento.
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