Después de que Jesús alimentó a unos cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el agua. Al día siguiente, la multitud que se había quedado en la otra orilla vio que Jesús no había subido con sus discípulos en la única barca que había allí, sino que ellos habían partido solos.
Mientras tanto, unas barcas de Tiberíades atracaron cerca del lugar donde habían comido el pan, después que el Señor pronunció la acción de gracias.
Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban allí, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús.
Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo llegaste?".
Jesús les respondió: "Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse.
Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello".
Ellos le preguntaron: "¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?".
Jesús les respondió: "La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado".
"He oído que alimentó a cinco mil que le seguían."
Así fue. Teníamos hambre. Él nos sació.
Repartió todo lo que tenía.
Los panes, que pasaban de mano en mano por si había alguien más necesitado...
Sus palabras... que encendieron una hoguera de alegría en cada corazón.
Y su mirada... que limpiaba con agua, que ungía con fuego.
Nadie acudió buscando pan, sino en busca de su voz. Y al darlo todo, se produjo la comunión.
Éramos uno. Unos cuantos panes... para sólo uno. ¿Dónde empezabas tú? ¿Dónde acababa yo?
Y hoy, nuestras manos siguen partiendo sus panes y de nuestras cinco mil gargantas sigue brotando su voz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario