Se celebraba entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno,
y Jesús se paseaba por el Templo, en el Pórtico de Salomón.
Los judíos lo rodearon y le preguntaron: "¿Hasta cuándo nos tendrás en suspenso? Si eres el Mesías, dilo abiertamente".
Jesús les respondió: "Ya se lo dije, pero ustedes no lo creen. Las obras que hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí,
pero ustedes no creen, porque no son de mis ovejas.
Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen.
Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos.
Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre.
El Padre y yo somos una sola cosa".
"¿Y tú? No te has marchado con los demás..."
No.
"¿Por qué?"
Quiero conocer el camino para volver a abrazar a mi hermano, que se fue...
"Ya has dado el primer paso. Lo anhela tu corazón."
Pero ¿cómo sigo?
... "¿Por qué no les has preguntado a ellos?"
Creo que a ti sí te importa lo que te cuento...
"Cultiva la fe... mas, si no sabes, aférrate a la esperanza. Es su hermana pequeña, pero ambas son hijas de un mismo hogar.
A partir de ahí, sólo resta que sigas mis pasos... para lo que deberás cerrar los ojos e iniciar el ascenso atándote a mi cordada. Atrás quedarán campamentos. Lejos también alforjas y reservas... Yo guío. Pisa por donde yo piso. Sólo necesitarás mantenerte unido con el mosquetón de la confianza."
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