viernes, 24 de abril de 2015

Juan 6, 52-59

Los judíos discutían entre sí, diciendo: "¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?".
Jesús les respondió: "Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes.
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.
Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente".
Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaún. 


"Hermano, ¿qué ha querido decir? Los que le escuchan empiezan a decir que está loco..."
No... Verás. Comer su carne es nutrirnos de Él. Alimentarnos con su enseñanza, con su palabra, con su ejemplo... Comer de Él es tenerle dentro. Es pasar a tener su mismo corazón. A hacernos prolongación de su voz, de sus manos, de su mirar... Creo que quiere que cojamos su relevo.
"¿Y beber su sangre?"
Tal vez es compartir un porqué. Compartir una misma fuente de energía, una misma motivación, caminar hacia una misma meta.
"Pero ellos no lo van a entender... ¡Vendrán a por Él!"
Es que ellos sólo esperan a que cuando Él desaparezca los días barran su sombra.
Pero nosotros no. A nosotros nos llamó...
...
"¿Y qué hacemos?"
...
¡Qué vamos a hacer! No abandonar a un amigo.

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