Las mujeres, atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y fueron a dar la noticia a los discípulos.
De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: "Alégrense". Ellas se acercaron y, abrazándole los pies, se postraron delante de él.
Y Jesús les dijo: "No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán".
Mientras ellas se alejaban, algunos guardias fueron a la ciudad para contar a los sumos sacerdotes todo lo que había sucedido.
Estos se reunieron con los ancianos y, de común acuerdo, dieron a los soldados una gran cantidad de dinero, con esta consigna: "Digan así: 'Sus discípulos vinieron durante la noche y robaron su cuerpo, mientras dormíamos'.
Si el asunto llega a oídos del gobernador, nosotros nos encargaremos de apaciguarlo y de evitarles a ustedes cualquier contratiempo".
Ellos recibieron el dinero y cumplieron la consigna. Esta versión se ha difundido entre los judíos hasta el día de hoy.
"Sus discípulos robaron el cuerpo."
¿Y para qué lo habríamos de robar?
Seguís ciegos... No llegáis a adivinar qué es lo que ocurre, ¿verdad?
Jesús está aquí, vivo. Aun a nosotros nos cuesta reconocerlo en un nuevo rostro, pero ya podemos distinguirlo... porque no olvidamos sus facciones íntimas, su seña de identidad.
¿Habéis recurrido, como siempre, a vuestro dinero para comprar el silencio de los testigos?
Os lo podías haber ahorrado... nuestros ojos ya no ven por vuestros ojos. Nuestra ley ya no es vuestra ley. Vuestros testigos ¿dirán que no hemos vivido lo que vivimos? ¿Por qué debería preocuparnos? Son sólo unos pobres esclavos que no han podido mirar más allá de sus bolsillos...
Seguid encerrados en vuestro bastión inexpugnable... Lo rodearemos, pasando de largo, como las olas pasan sobre una roca.
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