Jesús levantó los ojos al cielo, y oró diciendo:
"Padre santo, cuida en tu Nombre a aquellos que me diste, para que sean uno, como nosotros.
Mientras
estaba con ellos, cuidaba en tu Nombre a los que me diste; yo los
protegía y no se perdió ninguno de ellos, excepto el que debía perderse,
para que se cumpliera la Escritura.
Pero ahora voy a ti, y digo esto estando en el mundo, para que mi gozo sea el de ellos y su gozo sea perfecto.
Yo les comuniqué tu palabra, y el mundo los odió porque ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno.
Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad.
Así como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo.
Por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la verdad."
"Juan... ¿quiénes somos nosotros para enseñar?"
Tú no eres más que el mismo niño que se emperraba en salir a la mar como nuestro padre. Y yo soy el que te tiraba de la barca antes de llegar a la orilla. Soy el mismo... no soy más.
Nunca nos hemos alejado de estas orillas. No tenemos riquezas, ni posición... pero hemos nacido junto al que ha de abrir a todos los ojos.
"Pero... ¿a qué hemos sido enviados"
A decir a todos que ya hemos encontrado el camino. Que Él va delante. Que el camino es su ejemplo. Nos ha enviado a liberar.
"Pues no parece que muchos quieran que se les libere..."
Tienes razón...
"¿De qué te ríes?"
De ti. Eres un cabezota... ¡luego serás el más tenaz!
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