martes, 1 de septiembre de 2015

Lucas 4, 31-37

En aquel tiempo, Jesús bajó a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y los sábados enseñaba a la gente. Se quedaban asombrados de su doctrina, porque hablaba con autoridad. 
Había en la sinagoga un hombre que tenía un demonio inmundo, y se puso a gritar a voces: «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.»
Jesús le intimó: «¡Cierra la boca y sal!» 
El demonio tiró al hombre por tierra en medio de la gente, pero salió sin hacerle daño.
Todos comentaban estupefactos: «¿Qué tiene su palabra? Da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen.» Noticias de él iban llegando a todos los lugares de la comarca.


"Vengo buscando al hombre que expulsó a un demonio. ¿Aún está aquí?"
No. Pero ahí tienes al hombre al que liberó...
...
"¿Eras tú el poseído?"
Sí.
"¿Cómo te sientes?
Ligero... Ha visto dentro de mí.
¿Por qué no has marchado tras Él?"
Porque a mí ya me ha reconocido...
Ahora... sólo quiero sentarme y observar. Y escuchar... Y contarle a quien me pregunte que Él me ha bendecido para que le busquen también.

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