domingo, 6 de septiembre de 2015

Marcos 7, 31-37

En aquel tiempo, dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos.
Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: «Effetá», esto es: «Ábrete.»
Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.»


"¿Sabes lo que ha pasado?"
No...
¡Cuenta!
"La directora... Ya no es ella... Hasta ayer estaba ciega y sorda. Parecía que nadie existiera a su alrededor...
Pero ayer contaba que vio a un niño pequeño... con arena en los zapatos...
... y hoy ha vuelto distinta... con luz en la cara
y no para de sonreír..."
Qué raro...
"Sí...
... Dice que ha firmado una petición..."
...
Con su mano vacía tocó sus ojos. Y los abrió.
Con su boca, susurró un silencio en su oído que pudo entrar hasta su corazón. Y comenzó a escuchar.
Ella volvió a la vida.
Él, siendo un solo pan, al partirse revivió a más de mil.


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