martes, 31 de marzo de 2015

Juan 13, 21-33.36-38

Jesús, estando en la mesa con sus discípulos, se estremeció y manifestó claramente: "Les aseguro que uno de ustedes me entregará". 
Los discípulos se miraban unos a otros, no sabiendo a quién se refería. 
Uno de ellos -el discípulo al que Jesús amaba- estaba reclinado muy cerca de Jesús. 
Simón Pedro le hizo una seña y le dijo: "Pregúntale a quién se refiere". 
El se reclinó sobre Jesús y le preguntó: "Señor, ¿quién es?". 
Jesús le respondió: "Es aquel al que daré el bocado que voy a mojar en el plato". Y mojando un bocado, se lo dio a Judas, hijo de Simón Iscariote. 
En cuanto recibió el bocado, Satanás entró en él. Jesús le dijo entonces: "Realiza pronto lo que tienes que hacer". 
Pero ninguno de los comensales comprendió por qué le decía esto. 
Como Judas estaba encargado de la bolsa común, algunos pensaban que Jesús quería decirle: "Compra lo que hace falta para la fiesta", o bien que le mandaba dar algo a los pobres. 
Y en seguida, después de recibir el bocado, Judas salió. Ya era de noche. 
Después que Judas salió, Jesús dijo: "Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado y Dios ha sido glorificado en él. 
Si Dios ha sido glorificado en él, también lo glorificará en sí mismo, y lo hará muy pronto. 
Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con ustedes. Ustedes me buscarán, pero yo les digo ahora lo mismo que dije a los judíos: 'A donde yo voy, ustedes no pueden venir'. 
Simón Pedro le dijo: "Señor, ¿adónde vas?". Jesús le respondió: "A donde yo voy, tú no puedes seguirme ahora, pero más adelante me seguirás". 
Pedro le preguntó: "¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti". 
Jesús le respondió: "¿Darás tu vida por mí? Te aseguro que no cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces". 


"¿De verdad crees que yo te podría negar?"
Sí. No sólo podrías. Lo harás.
Igual que cada uno de vosotros. Pero que eso no os derrumbe.
...
Imaginad que sois molinos de agua y las palas se encuentran en vuestro corazón. Por ellas pasa la vida, que fluye a vuestro través. A veces lo hace pausada. Otras con violencia, a contra pié.
Dependerá de cómo dispongáis vuestras palas para que el agua de lo que acontece las mueva y sea fuente de energía o, por contra, para que resbale por ellas sin más.
No sois de piedra ni es vuestra meta serlo. Vuestra misión es vivir en el esfuerzo, que es el que brilla en la noche, no vivir en la perfección.
En esta fragua no importa la pureza original de vuestro acero. Importa que cada vez que martillo y yunque os encuentren sea para templaros y se produzca un destello.
Veréis... El hombre nace entre dos polos y vive sometido a tensión.
Pero es fruto de ésta como puede surgir la luz.

lunes, 30 de marzo de 2015

Juan 12, 1-11

Seis días antes de la Pascua, Jesús volvió a Betania, donde estaba Lázaro, al que había resucitado. 
Allí le prepararon una cena: Marta servía y Lázaro era uno de los comensales. 
María, tomando una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, ungió con él los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. La casa se impregnó con la fragancia del perfume. 
Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dijo: 
"¿Por qué no se vendió este perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres?". 
Dijo esto, no porque se interesaba por los pobres, sino porque era ladrón y, como estaba encargado de la bolsa común, robaba lo que se ponía en ella. 
Jesús le respondió: "Déjala. Ella tenía reservado este perfume para el día de mi sepultura. 
A los pobres los tienen siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre". 
Entre tanto, una gran multitud de judíos se enteró de que Jesús estaba allí, y fueron, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado. 
Entonces los sumos sacerdotes resolvieron matar también a Lázaro, 
porque muchos judíos se apartaban de ellos y creían en Jesús, a causa de él. 


"Gracias por venir a tu casa. Pareces cansado."
Gracias Marta. Estoy bien.
"¿Cómo fue tu entrada en Jerusalén?"
Por dentro, un camino hacia el patíbulo. Por fuera... triunfal.
¿Qué haces María? Levanta...
"Si pudiéramos desaparecer... Amanecer en una tierra limpia, vacía, sólo con agua y con luz...
No salgas ya de esta casa, te necesitamos."
Quiero mostraros el último tramo del camino hacia ese amanecer.
Yo lo conozco. Seguidlo.
Tras la noche me encontraréis.

domingo, 29 de marzo de 2015

Marcos 14, 1-72.15, 1-47

Faltaban dos días para la fiesta de la Pascua y de los panes Acimos. Los sumos sacerdotes y los escribas buscaban la manera de arrestar a Jesús con astucia, para darle muerte. 
Porque decían: "No lo hagamos durante la fiesta, para que no se produzca un tumulto en el pueblo". 
Mientras Jesús estaba en Betania, comiendo en casa de Simón el leproso, llegó una mujer con un frasco lleno de un valioso perfume de nardo puro, y rompiendo el frasco, derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús. 
Entonces algunos de los que estaban allí se indignaron y comentaban entre sí: "¿Para qué este derroche de perfume? 
Se hubiera podido vender por más de trescientos denarios para repartir el dinero entre los pobres". Y la criticaban. 
Pero Jesús dijo: "Déjenla, ¿por qué la molestan? Ha hecho una buena obra conmigo. 
A los pobres los tendrán siempre con ustedes y podrán hacerles bien cuando quieran, pero a mí no me tendrán siempre. 
Ella hizo lo que podía; ungió mi cuerpo anticipadamente para la sepultura. 
Les aseguro que allí donde se proclame la Buena Noticia, en todo el mundo, se contará también en su memoria lo que ella hizo". 
Judas Iscariote, uno de los Doce, fue a ver a los sumos sacerdotes para entregarles a Jesús. 
Al oírlo, ellos se alegraron y prometieron darle dinero. Y Judas buscaba una ocasión propicia para entregarlo. 
El primer día de la fiesta de los panes Acimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús: "¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?". 
El envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: "Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo, 
y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: '¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?'. 
El les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario". 
Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua. 
Al atardecer, Jesús llegó con los Doce. 
Y mientras estaban comiendo, dijo: "Les aseguro que uno de ustedes me entregará, uno que come conmigo". 
Ellos se entristecieron y comenzaron a preguntarle, uno tras otro: "¿Seré yo?". 
El les respondió: "Es uno de los Doce, uno que se sirve de la misma fuente que yo. 
El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!". 
Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomen, esto es mi Cuerpo". 
Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. 
Y les dijo: "Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos. 
Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios". 
Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos. 
Y Jesús les dijo: "Todos ustedes se van a escandalizar, porque dice la Escritura: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas. 
Pero después que yo resucite, iré antes que ustedes a Galilea". 
Pedro le dijo: "Aunque todos se escandalicen, yo no me escandalizaré". 
Jesús le respondió: "Te aseguro que hoy, esta misma noche, antes que cante el gallo por segunda vez, me habrás negado tres veces". 
Pero él insistía: "Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré". Y todos decían lo mismo. 
Llegaron a una propiedad llamada Getsemaní, y Jesús dijo a sus discípulos: "Quédense aquí, mientras yo voy a orar". 
Después llevó con él a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir temor y a angustiarse. 
Entonces les dijo: "Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí velando". 
Y adelantándose un poco, se postró en tierra y rogaba que, de ser posible, no tuviera que pasar por esa hora. 
Y decía: "Abba -Padre- todo te es posible: aleja de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya". 
Después volvió y encontró a sus discípulos dormidos. Y Jesús dijo a Pedro: "Simón, ¿duermes? ¿No has podido quedarte despierto ni siquiera una hora? 
Permanezcan despiertos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil". 
Luego se alejó nuevamente y oró, repitiendo las mismas palabras. 
Al regresar, los encontró otra vez dormidos, porque sus ojos se cerraban de sueño, y no sabían qué responderle. 
Volvió por tercera vez y les dijo: "Ahora pueden dormir y descansar. Esto se acabó. Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. 
¡Levántense! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar". 
Jesús estaba hablando todavía, cuando se presentó Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo con espadas y palos, enviado por los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos. 
El traidor les había dado esta señal: "Es aquel a quien voy a besar. Deténganlo y llévenlo bien custodiado". 
Apenas llegó, se le acercó y le dijo: "Maestro", y lo besó. 
Los otros se abalanzaron sobre él y lo arrestaron. 
Uno de los que estaban allí sacó la espada e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja. 
Jesús les dijo: "Como si fuera un bandido, han salido a arrestarme con espadas y palos. 
Todos los días estaba entre ustedes enseñando en el Templo y no me arrestaron. Pero esto sucede para que se cumplan las Escrituras". 
Entonces todos lo abandonaron y huyeron. 
Lo seguía un joven, envuelto solamente con una sábana, y lo sujetaron; 
pero él, dejando la sábana, se escapó desnudo. 
Llevaron a Jesús ante el Sumo Sacerdote, y allí se reunieron todos los sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas. 
Pedro lo había seguido de lejos hasta el interior del palacio del Sumo Sacerdote y estaba sentado con los servidores, calentándose junto al fuego. 
Los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un testimonio contra Jesús, para poder condenarlo a muerte, pero no lo encontraban. 
Porque se presentaron muchos con falsas acusaciones contra él, pero sus testimonios no concordaban. 
Algunos declaraban falsamente contra Jesús: 
"Nosotros lo hemos oído decir: 'Yo destruiré este Templo hecho por la mano del hombre, y en tres días volveré a construir otro que no será hecho por la mano del hombre'". 
Pero tampoco en esto concordaban sus declaraciones. 
El Sumo Sacerdote, poniéndose de pie ante la asamblea, interrogó a Jesús: "¿No respondes nada a lo que estos atestiguan contra ti?". 
El permanecía en silencio y no respondía nada. El Sumo Sacerdote lo interrogó nuevamente: "¿Eres el Mesías, el Hijo de Dios bendito?". 
Jesús respondió: "Sí, yo lo soy: y ustedes verán al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir entre las nubes del cielo". 
Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras y exclamó: "¿Qué necesidad tenemos ya de testigos?
Ustedes acaban de oír la blasfemia. ¿Qué les parece?". Y todos sentenciaron que merecía la muerte. 
Después algunos comenzaron a escupirlo y, tapándole el rostro, lo golpeaban, mientras le decían: "¡Profetiza!". Y también los servidores le daban bofetadas. 
Mientras Pedro estaba abajo, en el patio, llegó una de las sirvientas del Sumo Sacerdote 
y, al ver a Pedro junto al fuego, lo miró fijamente y le dijo: "Tú también estabas con Jesús, el Nazareno". 
El lo negó, diciendo: "No sé nada; no entiendo de qué estás hablando". Luego salió al vestíbulo. 
La sirvienta, al verlo, volvió a decir a los presentes: "Este es uno de ellos". 
Pero él lo negó nuevamente. Un poco más tarde, los que estaban allí dijeron a Pedro: "Seguro que eres uno de ellos, porque tú también eres galileo". 
Entonces él se puso a maldecir y a jurar que no conocía a ese hombre del que estaban hablando. 
En seguida cantó el gallo por segunda vez. Pedro recordó las palabras que Jesús le había dicho: "Antes que cante el gallo por segunda vez, tú me habrás negado tres veces". Y se puso a llorar. 
En cuanto amaneció, los sumos sacerdotes se reunieron en Consejo con los ancianos, los escribas y todo el Sanedrín. Y después de atar a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato. 
Este lo interrogó: "¿Tú eres el rey de los judíos?". Jesús le respondió: "Tú lo dices". 
Los sumos sacerdotes multiplicaban las acusaciones contra él. 
Pilato lo interrogó nuevamente: "¿No respondes nada? ¡Mira de todo lo que te acusan!". 
Pero Jesús ya no respondió a nada más, y esto dejó muy admirado a Pilato. 
En cada Fiesta, Pilato ponía en libertad a un preso, a elección del pueblo. 
Había en la cárcel uno llamado Barrabás, arrestado con otros revoltosos que habían cometido un homicidio durante la sedición. 
La multitud subió y comenzó a pedir el indulto acostumbrado. 
Pilato les dijo: "¿Quieren que les ponga en libertad al rey de los judíos?". 
El sabía, en efecto, que los sumos sacerdotes lo habían entregado por envidia. 
Pero los sumos sacerdotes incitaron a la multitud a pedir la libertad de Barrabás. 
Pilato continuó diciendo: "¿Qué debo hacer, entonces, con el que ustedes llaman rey de los judíos?". 
Ellos gritaron de nuevo: "¡Crucifícalo!". 
Pilato les dijo: "¿Qué mal ha hecho?". Pero ellos gritaban cada vez más fuerte: "¡Crucifícalo!". 
Pilato, para contentar a la multitud, les puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado. 
Los soldados lo llevaron dentro del palacio, al pretorio, y convocaron a toda la guardia. 
Lo vistieron con un manto de púrpura, hicieron una corona de espinas y se la colocaron. 
Y comenzaron a saludarlo: "¡Salud, rey de los judíos!". 
Y le golpeaban la cabeza con una caña, le escupían y, doblando la rodilla, le rendían homenaje. 
Después de haberse burlado de él, le quitaron el manto de púrpura y le pusieron de nuevo sus vestiduras. Luego lo hicieron salir para crucificarlo. 
Como pasaba por allí Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, que regresaba del campo, lo obligaron a llevar la cruz de Jesús. 
Y condujeron a Jesús a un lugar llamado Gólgota, que significa: "lugar del Cráneo". 
Le ofrecieron vino mezclado con mirra, pero él no lo tomó. 
Después lo crucificaron. Los soldados se repartieron sus vestiduras, sorteándolas para ver qué le tocaba a cada uno. 
Ya mediaba la mañana cuando lo crucificaron. 
La inscripción que indicaba la causa de su condena decía: "El rey de los judíos". 
Con él crucificaron a dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda. 


Los que pasaban lo insultaban, movían la cabeza y decían: "¡Eh, tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, 
sálvate a ti mismo y baja de la cruz!". 
De la misma manera, los sumos sacerdotes y los escribas se burlaban y decían entre sí: "¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! 
Es el Mesías, el rey de Israel, ¡que baje ahora de la cruz, para que veamos y creamos!". También lo insultaban los que habían sido crucificados con él. 
Al mediodía, se oscureció toda la tierra hasta las tres de la tarde; 
y a esa hora, Jesús exclamó en alta voz: "Eloi, Eloi, lamá sabactani", que significa: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?". 
Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron: "Está llamando a Elías". 
Uno corrió a mojar una esponja en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña le dio de beber, diciendo: "Vamos a ver si Elías viene a bajarlo". 
Entonces Jesús, dando un gran grito, expiró. 
El velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo. 
Al verlo expirar así, el centurión que estaba frente a él, exclamó: "¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!". 
Había también allí algunas mujeres que miraban de lejos. Entre ellas estaban María Magdalena, María, la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé, 
que seguían a Jesús y lo habían servido cuando estaba en Galilea; y muchas otras que habían subido con él a Jerusalén. 
Era día de Preparación, es decir, víspera de sábado. Por eso, al atardecer, 
José de Arimatea -miembro notable del Sanedrín, que también esperaba el Reino de Dios- tuvo la audacia de presentarse ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. 
Pilato se asombró de que ya hubiera muerto; hizo llamar al centurión y le preguntó si hacía mucho que había muerto. 
Informado por el centurión, entregó el cadáver a José. 
Este compró una sábana, bajó el cuerpo de Jesús, lo envolvió en ella y lo depositó en un sepulcro cavado en la roca. Después, hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro. 
María Magdalena y María, la madre de José, miraban dónde lo habían puesto.


Tu sangre calienta mi mano.
La mía llora
por salir de mí
e ir a besar a la tuya
que es sangre mía...

Cada gota
caída al suelo
cava un pozo hondo
en mi corazón,
que de rabia
ha quedado mudo
hasta que arranque
a llorar para siempre.

No hay más allá
de este momento.
Si el tiempo sigue pasando
será el paso de un sueño
que mueve un muñeco dormido
con ojos abiertos
y corazón parado.

...

Hace un instante latió
mi último latido.
Si alguno le sigue
ya no provendrá de mí...
porque hace un instante
suspiré
tu último suspiro
y el aire que me falta
es el que salió
de ti.

sábado, 28 de marzo de 2015

Juan 11,45-57

Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en él. 
Pero otros fueron a ver a los fariseos y les contaron lo que Jesús había hecho. 
Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron un Consejo y dijeron: "¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchos signos. 
Si lo dejamos seguir así, todos creerán en él, y los romanos vendrán y destruirán nuestro Lugar santo y nuestra nación". 
Uno de ellos, llamado Caifás, que era Sumo Sacerdote ese año, les dijo: "Ustedes no comprenden nada.
¿No les parece preferible que un solo hombre muera por el pueblo y no que perezca la nación entera?". 
No dijo eso por sí mismo, sino que profetizó como Sumo Sacerdote que Jesús iba a morir por la nación, 
y no solamente por la nación, sino también para congregar en la unidad a los hijos de Dios que estaban dispersos. 
A partir de ese día, resolvieron que debían matar a Jesús. 
Por eso él no se mostraba más en público entre los judíos, sino que fue a una región próxima al desierto, a una ciudad llamada Efraím, y allí permaneció con sus discípulos. 
Como se acercaba la Pascua de los judíos, mucha gente de la región había subido a Jerusalén para purificarse. 
Buscaban a Jesús y se decían unos a otros en el Templo: "¿Qué les parece, vendrá a la fiesta o no?". 
Los sumos sacerdotes y los fariseos habían dado orden de que si alguno conocía el lugar donde él se encontraba, lo hiciera saber para detenerlo. 


Mujer, he tenido un sueño.
"¿Qué has soñado Caifás?"
Que tenía un rebaño en un redil en el que siempre era de noche.
Que a nuestro hijo cortaba la lengua.
Que te encerraba en un cofre que sólo yo abría a voluntad.
...
Pueblo rebaño. Pueblo desnudo.
¿Es preferible que dejes de soñar con pastos verdes..?
¿A dónde te conduce tanto pastor?

viernes, 27 de marzo de 2015

Juan 10, 31-42

Los judíos tomaron piedras para apedrearlo.
Entonces Jesús dijo: "Les hice ver muchas obras buenas que vienen del Padre; ¿Por cuál de ellas me quieren apedrear?".
Los judíos le respondieron: "No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino porque blasfemas, ya que, siendo hombre, te haces Dios".
Jesús les respondió: "¿No está escrito en la Ley: Yo dije: Ustedes son dioses?
Si la Ley llama dioses a los que Dios dirigió su Palabra -y la Escritura no puede ser anulada-
¿Cómo dicen: 'Tú blasfemas', a quien el Padre santificó y envió al mundo, porque dijo: "Yo soy Hijo de Dios"?
Si no hago las obras de mi Padre, no me crean;
pero si las hago, crean en las obras, aunque no me crean a mí. Así reconocerán y sabrán que el Padre está en mí y yo en el Padre".
Ellos intentaron nuevamente detenerlo, pero él se les escapó de las manos.
Jesús volvió a ir al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había bautizado, y se quedó allí.
Muchos fueron a verlo, y la gente decía: "Juan no ha hecho ningún signo, pero todo lo que dijo de este hombre era verdad".
Y en ese lugar muchos creyeron en él.


"Acércate. Por favor, ven. Por qué crees que estoy aquí?"
No lo sé.
"¿Y quién crees que soy?
Sé que te llamas Jesús.
"¿Has venido para conocerme?"
Sí.
"¿Por qué?"
Porque sé cómo son los que te quieren matar.

jueves, 26 de marzo de 2015

Juan 8, 51-59

Jesús dijo a los judíos: 
"Les aseguro que el que es fiel a mi palabra, no morirá jamás". 
Los judíos le dijeron: "Ahora sí estamos seguros de que estás endemoniado. Abraham murió, los profetas también, y tú dices: 'El que es fiel a mi palabra, no morirá jamás'. 
¿Acaso eres más grande que nuestro padre Abraham, el cual murió? Los profetas también murieron. ¿Quién pretendes ser tú?". 
Jesús respondió: "Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada. Es mi Padre el que me glorifica, el mismo al que ustedes llaman 'nuestro Dios', 
y al que, sin embargo, no conocen. Yo lo conozco y si dijera: 'No lo conozco', sería, como ustedes, un mentiroso. Pero yo lo conozco y soy fiel a su palabra. 
Abraham, el padre de ustedes, se estremeció de gozo, esperando ver mi Día: lo vio y se llenó de alegría". 
Los judíos le dijeron: "Todavía no tienes cincuenta años ¿y has visto a Abraham?". 
Jesús respondió: "Les aseguro que desde antes que naciera Abraham, Yo Soy". 
Entonces tomaron piedras para apedrearlo, pero Jesús se escondió y salió del Templo. 


"Hoy han estado cerca"
Sí. Cerca. Pero no temáis... cuanto más se acerquen para apalearme, más lejos estarán de mí.
Hasta el día en que me tengan y comprueben que han atrapado un vestido y que dentro de éste ya nada hay.
Que se lo queden, pues tanto anhelan esconderme.
Que pongan bajo llave mi recuerdo, pues su memoria muerta está.
Repiten "Abraham está muerto"... Si así lo creen, ¿qué esperanza les alumbra cuando se postran a orar?
"Los profetas también murieron..."
¿Eso es todo?
Podrían ver lo que hay fuera de la cueva, pero no se quieren girar.
Lo sé... Están cerca.
Pero que la vista no os engañe. No me podrán tocar.

miércoles, 25 de marzo de 2015

Lucas 1, 26-38

El Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, 
a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María. 
El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: "¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo". 
Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. 
Pero el Ángel le dijo: "No temas, María, porque Dios te ha favorecido. 
Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; 
él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, 
reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin". 
María dijo al Ángel: "¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?". 
El Ángel le respondió: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. 
También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, 
porque no hay nada imposible para Dios". 
María dijo entonces: "Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho". Y el Ángel se alejó. 


"María, eres raíz. Eres puerta, a través de la cual nace la luz del mundo." ¿Fueron así, -verdad- sus palabras?
Sí...esas fueron sus palabras. ¿Cómo olvidarlas?
...
Recuerdo a José contigo en sus brazos. Os recuerdo jugando.
Las noches de fiebre... cogiendo tu mano.
Y te recuerdo poniendo la mano en la frente de tu padre. Entonces José cerraba los ojos... y susurraba "bendición".
Aún siento tu abrazo antes del viaje. Me faltaba la respiración.
Hijo, te siento... no te has ido. Ése es mi paraíso. Volver a notar tu calor.
...
Sus palabras... Sí, ésas fueron.
Me anunció que vendrías, pero no que iluminarías cada rincón.
Yo te traje al mundo. Tú me diste la vida.
Ahora...
estoy en paz, mas tengo prisa.
Pues cada día te esperé... por eso sé que me esperas.



martes, 24 de marzo de 2015

Juan, 8, 21-30

Jesús dijo a los fariseos: 
"Yo me voy, y ustedes me buscarán y morirán en su pecado. Adonde yo voy, ustedes no pueden ir". 
Los judíos se preguntaban: "¿Pensará matarse para decir: 'Adonde yo voy, ustedes no pueden ir'?". 
Jesús continuó: "Ustedes son de aquí abajo, yo soy de lo alto. Ustedes son de este mundo, yo no soy de este mundo. 
Por eso les he dicho: 'Ustedes morirán en sus pecados'. Porque si no creen que Yo Soy, morirán en sus pecados". 
Los judíos le preguntaron: "¿Quién eres tú?". Jesús les respondió: "Esto es precisamente lo que les estoy diciendo desde el comienzo. 
De ustedes, tengo mucho que decir, mucho que juzgar. Pero aquel que me envió es veraz, y lo que aprendí de él es lo que digo al mundo". 
Ellos no comprendieron que Jesús se refería al Padre. 
Después les dijo: "Cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy y que no hago nada por mí mismo, sino que digo lo que el Padre me enseñó. 
El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada". 
Mientras hablaba así, muchos creyeron en él. 


Agua y piedras bajan por el mismo río mas, mientras las piedras quedan en su cauce, hasta el mar llega su caudal.
Yo seré conducido a aguas abiertas y volveré a llover sobre el mundo. Vosotros os mezclaréis con la misma tierra de vuestra sepultura.
Pertenecéis al mundo que queréis poseer. Cuanto más cerca de atraparlo con vuestras manos, más cerca de ser esposados por él.
Toda una vida persiguiéndolo para descubrir que sois vosotros los que corréis delante de sus fauces.

lunes, 23 de marzo de 2015

Juan 8, 1-11

Jesús fue al monte de los Olivos. 
Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles. 
Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, 
dijeron a Jesús: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. 
Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?". 
Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. 
Como insistían, se enderezó y les dijo: "El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra". 
E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo. 
Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, 
e incorporándose, le preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?". 
Ella le respondió: "Nadie, Señor". "Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante". 


La primera piedra golpeó el recuerdo de su hijo... Rezaba por que no presenciara su ejecución.
La segunda dio en la imagen de su padre. En el último abrazo que de niña le dio.
Otra, grande, fue directa a los mil momentos felices con su esposo...
Y una última -al verse mísera, ya arrodillada- se clavó en su corazón.
...
"¿Hoy era lo de esa chica?"
"Sí...
Ojalá Él hubiera estado también aquí."
...
Esa noche, algunos soñaron ahogarse en el templo.
Otros, sólo corrieron a esconder sus sueños.

domingo, 22 de marzo de 2015

Juan 12, 20-33

Entre los que habían subido para adorar durante la fiesta, había unos griegos 
que se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le dijeron: "Señor, queremos ver a Jesús". 
Felipe fue a decírselo a Andrés, y ambos se lo dijeron a Jesús. 
El les respondió: "Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. 
Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. 
El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna. 
El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre. 
Mi alma ahora está turbada, ¿Y qué diré: 'Padre, líbrame de esta hora'? ¡Si para eso he llegado a esta hora! 
¡Padre, glorifica tu Nombre!". Entonces se oyó una voz del cielo: "Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar". 
La multitud que estaba presente y oyó estas palabras, pensaba que era un trueno. Otros decían: "Le ha hablado un ángel". 
Jesús respondió: "Esta voz no se oyó por mí, sino por ustedes. 
Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este mundo será arrojado afuera; 
y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí". 
Jesús decía esto para indicar cómo iba a morir. 


Por favor, decirle a esos extranjeros que se acerquen.
¿Qué buscáis?
"Hemos oído que tus obras son milagrosas."
Pero vosotros ¿qué buscáis?
El que busca arena, encuentra arena. El que encuentra oro, es porque lo buscó.
¿Qué buscas tú? ¿Y tú? ¿Qué esperas encontrar en mí? ¿Un rey más? ¿Acaso otro caudillo que lleve a unos centenares de hombres a una batalla? ¿A qué batalla... para ganar qué?
"Queremos ver tu poder."
Pues esperad diez años. Cien años. Mejor 1.000...
Mi cera se va a consumir. Pero no sin haber encendido antes otras 100 velas.
Las cien se derretirán entregadas al fuego que brote de sus entrañas, pero habrán prendido, cada una, 100 mechas más.
Yo no os voy a empujar hacia ningún bastión. No os hablaré siquiera de lo que puede venir. No he venido para conduciros de la mano. ¿Cuántas manos podría hoy coger?
Yo estoy aquí para traer luz. Iluminaré durante un instante la noche. Y, desde hoy, ya no caminaréis sin rumbo. Guardad la visión del camino en la oscuridad.
Con la luz que recibáis, iluminarlo nuevos instantes y, multiplicada, entregarla... que vuestra luz en nuevas velas va a regresar al hogar.

sábado, 21 de marzo de 2015

Juan 7, 40-53

Algunos de la multitud que lo habían oído, opinaban: "Este es verdaderamente el Profeta".
Otros decían: "Este es el Mesías". Pero otros preguntaban: "¿Acaso el Mesías vendrá de Galilea?
¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá del linaje de David y de Belén, el pueblo de donde era David?".
Y por causa de él, se produjo una división entre la gente.
Algunos querían detenerlo, pero nadie puso las manos sobre él.
Los guardias fueron a ver a los sumos sacerdotes y a los fariseos, y estos les preguntaron: "¿Por qué no lo trajeron?".
Ellos respondieron: "Nadie habló jamás como este hombre".
Los fariseos respondieron: "¿También ustedes se dejaron engañar?
¿Acaso alguno de los jefes o de los fariseos ha creído en él?
En cambio, esa gente que no conoce la Ley está maldita".
Nicodemo, uno de ellos, que había ido antes a ver a Jesús, les dijo:
"¿Acaso nuestra Ley permite juzgar a un hombre sin escucharlo antes para saber lo que hizo?".
Le respondieron: "¿Tú también eres galileo? Examina las Escrituras y verás que de Galilea no surge ningún profeta".
Y cada uno regresó a su casa. 


"No conoces la ley. ¿Quién crees que eres?"
Creo entenderte. Al decir "conocer" quieres decir "custodiar". Custodiar no como padres que sirven a quienes aman, sino como guardianes de un tesoro que sólo unos pocos pueden acariciar.
Sí, creo entenderos. Al decir "conocer", queréis decir "poseer". Pero no como el que posee el recuerdo de una caricia que guardará con delicadeza todos sus días, sino como señores, propietarios, que habitáis una amurallada mansión.
Y aún creo que hay más en vuestras palabras, pues dicen "la ley es nuestra, pues la guardamos, interpretamos, dosificamos... la mostramos de lejos a los sucios que la pueden estropear."
...
La ley es como una carta que una madre escribió a sus hijos.
"Leerla, cuando seáis mayores. En ella van mis palabras en forma de algunos consejos. Y con ellas, para siempre, quiero que os acompañe mi amor."
La madre falleció y el padre la guardó sobre su mesilla.
Cada noche, leía un fragmento a sus hijos... hasta que, de nuevo casado, dejó que su nueva esposa continuara leyéndola a los niños y la guardase bajo llave en su habitación.
Pasado el tiempo, los hijos, recordaban vagamente lo que su madre escribió, pues su único contacto con sus palabras era su madrastra, que aludía a ellas -pues decía conocerlas, protegerlas de los niños y guardarlas- cuando estimaba era ocasión.
A los jóvenes, esas palabras no sólo les sonaban distinto en su boca... a veces lo que ella citaba del texto custodiado en su cuarto no coincidía con sus recuerdos, aún guardados en el más profundo cajón.
...
"Os aseguro que una sola sílaba que ellos recordaran de lo que su madre con el corazón les escribió, sería más fiel al mensaje que cien horas de discurso de otros labios, movidos con otra intención."

viernes, 20 de marzo de 2015

Juan 7, 1-2.10.25-30

Jesús recorría la Galilea; no quería transitar por Judea porque los judíos intentaban matarlo. 
Se acercaba la fiesta judía de las Chozas, 
Sin embargo, cuando sus hermanos subieron para la fiesta, también él subió, pero en secreto, sin hacerse ver. 
Algunos de Jerusalén decían: "¿No es este aquel a quien querían matar? 
¡Y miren cómo habla abiertamente y nadie le dice nada! ¿Habrán reconocido las autoridades que es verdaderamente el Mesías? 
Pero nosotros sabemos de dónde es este; en cambio, cuando venga el Mesías, nadie sabrá de dónde es". 
Entonces Jesús, que enseñaba en el Templo, exclamó: "¿Así que ustedes me conocen y saben de dónde soy? Sin embargo, yo no vine por mi propia cuenta; pero el que me envió dice la verdad, y ustedes no lo conocen. 
Yo sí lo conozco, porque vengo de él y es él el que me envió". 
Entonces quisieron detenerlo, pero nadie puso las manos sobre él, porque todavía no había llegado su hora. 


Decían saber de dónde venía. Decían saber de él. Pero ¡qué sabían! mirando siempre hacia el suelo... más allá de qué tierra pisó con sus pies.
Si hubieran levantado la mirada... Pero no se atrevieron a buscar en él más de lo que querían ver.
Prueba a mirar a un extraño, de piel distinta y bolsillo raído, a los ojos...
Ellos no eran jueces, pero juzgaron. No le preguntaron por qué vino. No le escucharon en horario de trabajo. No le abrieron a la hora de descansar.
Porque abriendo la puerta hubieran mostrado que su casa se calienta con dinero, a falta de amor que abrigue el hogar.
...
Un ojo puesto en la cuenta. El otro en la autoridad. "Cuanto antes dicte qué hacemos, menos nos distraerá."

jueves, 19 de marzo de 2015

Mateo 1, 16.18-21.24a.


Jacob fue padre de José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, que es llamado Cristo.
Este fue el origen de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto.
Mientras pensaba en esto, el Angel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: "José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo.
Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados".
Al despertar, José hizo lo que el Angel del Señor le había ordenado.


"José, hijo mío... ¿qué vas a hacer?"
No lo sé padre.
...
Lo que ella me cuenta es imposible. Todo apunta a su traición.
La rabia me ahoga... mas, es extraño, no llega a inundar mi corazón.
Yo la conozco y tan imposible es lo que me dice como que me mienta...
De todos modos, ella asume que la repudie. Pero sé lo que le aguarda. Lo haré en secreto. La dejaré marchar lejos de mi vista y de nuestras amistades. En otro lugar podrá continuar...
Tal vez un día pueda entender... o perdonar. No me importa qué dirán...
Yo la conozco... mas no es posible su relato. Pero conozco a María...
El rencor que me asfixia se calla cuando la imagino acurrucada en la esquina de un cuarto.
Soy débil. No soy capaz de dejarla a su suerte. ¡Seré imbécil!
Mi cabeza me asegura "es imposible"... "¡Es imposible que mienta!" me grita llorando el corazón.
No puede caber en ella el engaño... Y no ha de caber en mí la traición.
Tal vez viva sin amor, pero no odiando. Viviré a ciegas, pero con su luz.
Y cuando muera, ojalá lleguemos a otra vida. No por vivir, sino por apartar el velo y comprobar que María tiene razón. Ya después, viva o muera no tendrá importancia... pues me estallará el alma por haber sido, con los ojos tapados, fiel a su amor.
¿Cómo decirle a todos que yo la necesito?
¿Cómo contarles que siento que ella es puerta y crisol?
¿Cómo explicarles que me siento extraño... vivo, libre, salvado..?
¡¿De dónde llega esta alegría?!
¡Ahora entiendo sus palabras de tantas veces!
"Primero, José, esperanza. Desprendimiento, a continuación. Y, una vez tengas el corazón libre, entrégalo..."
Mas para mí, sobre todo, está el gozo del sendero en primavera caminado bajo su sol.
...
"Pero José, hijo, ¿no habías decidido repudiarla? ¿Por qué sonríes..?"
No, padre. Tengo que encontrarla... Me voy.

miércoles, 18 de marzo de 2015

Juan 5, 17-30

Jesús dijo a los judíos:
"Mi Padre trabaja siempre, y yo también trabajo".
Pero para los judíos esta era una razón más para matarlo, porque no sólo violaba el sábado, sino que se hacía igual a Dios, llamándolo su propio Padre.
Entonces Jesús tomó la palabra diciendo: "Les aseguro que el Hijo no puede hacer nada por sí mismo sino solamente lo que ve hacer al Padre; lo que hace el Padre, lo hace igualmente el Hijo.
Porque el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que hace. Y le mostrará obras más grandes aún, para que ustedes queden maravillados.
Así como el Padre resucita a los muertos y les da vida, del mismo modo el Hijo da vida al que él quiere.
Porque el Padre no juzga a nadie: él ha puesto todo juicio en manos de su Hijo,
para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió.
Les aseguro que el que escucha mi palabra y cree en aquel que me ha enviado, tiene Vida eterna y no está sometido al juicio, sino que ya ha pasado de la muerte a la Vida.
Les aseguro que la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oigan, vivirán.
Así como el Padre dispone de la Vida, del mismo modo ha concedido a su Hijo disponer de ella,
y le dio autoridad para juzgar porque él es el Hijo del hombre.
No se asombren: se acerca la hora en que todos los que están en las tumbas oirán su voz
y saldrán de ellas: los que hayan hecho el bien, resucitarán para la Vida; los que hayan hecho el mal, resucitarán para el juicio.
Nada puedo hacer por mí mismo. Yo juzgo de acuerdo con lo que oigo, y mi juicio es justo, porque lo que yo busco no es hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió.


Decís que violo el descanso obligado. Decís que debemos respetarlo porque así lo quiere Dios. Decís, decís y decís. Decís vosotros, que habláis en nombre de Dios. Habéis diseñado un marco, una estructura, en la que ordenar en cajones su mensaje. Cajones que abrir y cerrar según vuestro criterio. Pedís acreditación en la puerta, fijáis el horario de apertura, decidís la etiqueta para cada ocasión... Dosificáis lo que a todos nos trasciende.
¡Hacedlo -si no sabéis vivir de otro modo- para vosotros! Pero no escatiméis el bálsamo al afligido ni pongáis horario a la bondad.
Y seguís diciendo "lo humano no puede alterar lo divino"... Al contrario. ¿No será que no queréis que lo divino entre en vuestras vidas como un torrente y sin permiso? ¿No será que no queréis que lo divino se inmiscuya con carta blanca en vuestras vidas hechas de proporciones, medidas y horarios?
...
A cada pensamiento, a cada acto, os llenáis los bolsillos de tierra o soltáis lastre.
Tomad el mundo como medio, pues el mundo es sólo herramienta...
Crearos, curtios, forjaros... pero no caigáis en la trampa de ataros al yunque y al martillo.
Hoy decidís vuestro juicio. ¿Os salvaréis?

martes, 17 de marzo de 2015

Juan 5, 1-3a. 5-16

Se celebraba una fiesta de los judíos y Jesús subió a Jerusalén.
Junto a la puerta de las Ovejas, en Jerusalén, hay una piscina llamada en hebreo Betsata, que tiene cinco pórticos.
Bajo estos pórticos yacía una multitud de enfermos, ciegos, paralíticos y lisiados, que esperaban la agitación del agua.
Había allí un hombre que estaba enfermo desde hacía treinta y ocho años.
Al verlo tendido, y sabiendo que hacía tanto tiempo que estaba así, Jesús le preguntó: "¿Quieres curarte?".
El respondió: "Señor, no tengo a nadie que me sumerja en la piscina cuando el agua comienza a agitarse; mientras yo voy, otro desciende antes".
Jesús le dijo: "Levántate, toma tu camilla y camina".
En seguida el hombre se curó, tomó su camilla y empezó a caminar. Era un sábado,
y los judíos dijeron entonces al que acababa de ser curado: "Es sábado. No te está permitido llevar tu camilla".
El les respondió: "El que me curó me dijo: 'Toma tu camilla y camina'".
Ellos le preguntaron: "¿Quién es ese hombre que te dijo: 'Toma tu camilla y camina?'".
Pero el enfermo lo ignoraba, porque Jesús había desaparecido entre la multitud que estaba allí.
Después, Jesús lo encontró en el Templo y le dijo: "Has sido curado; no vuelvas a pecar, de lo contrario te ocurrirán peores cosas todavía".
El hombre fue a decir a los judíos que era Jesús el que lo había curado.
Ellos atacaban a Jesús, porque hacía esas cosas en sábado.


"Estamos ocupados. Velamos por que se preserve el sábado."
Un hombre enfermo sólo espera una mano que le acerque al agua para ser curado.
Así son las cosas. Así somos nosotros.
Ardua tarea lograr cambiarnos antes de que acabemos con él.
"Al fin y al cabo, está loco... ¿Cuántas posibilidades hay de que éste sí sea el enviado?"
...
Insensatos. Matamos al enviado, mas no morirá su mensaje... y es éste el que no debemos olvidar.
Elegimos nuestro destino: sumergirnos con el necesitado o permanecer para siempre junto a las aguas, ¡no sea que se agiten!
... ¿Y si lo hacen en sábado?

lunes, 16 de marzo de 2015

Juan 4, 43-54

Jesús partió hacia Galilea. 
El mismo había declarado que un profeta no goza de prestigio en su propio pueblo. 
Pero cuando llegó, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la Pascua; ellos también, en efecto, habían ido a la fiesta. 
Y fue otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había allí un funcionario real, que tenía su hijo enfermo en Cafarnaún. 
Cuando supo que Jesús había llegado de Judea y se encontraba en Galilea, fue a verlo y le suplicó que bajara a curar a su hijo moribundo. 
Jesús le dijo: "Si no ven signos y prodigios, ustedes no creen". 
El funcionario le respondió: "Señor, baja antes que mi hijo se muera". 
"Vuelve a tu casa, tu hijo vive", le dijo Jesús. El hombre creyó en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino. 
Mientras descendía, le salieron al encuentro sus servidores y le anunciaron que su hijo vivía. 
El les preguntó a qué hora se había sentido mejor. "Ayer, a la una de la tarde, se le fue la fiebre", le respondieron. 
El padre recordó que era la misma hora en que Jesús le había dicho: "Tu hijo vive". Y entonces creyó él y toda su familia. 
Este fue el segundo signo que hizo Jesús cuando volvió de Judea a Galilea. 


"Jesús, si continuas obrando los milagros que te piden, no tendrá mérito su fe. Tú mismo les has reprochado que ésta dependa de las pruebas que les des..."
Mirad, yo conozco el camino y la meta. Por eso os digo que la fe os conducirá por él.
Pero no olvidéis que hay una llave que abre cualquier puerta. Un viento que se cuela por encima de cualquier valla. Una energía que nace de cada parte minúscula de vuestra entraña. Un grito que hace innecesaria cualquier contraseña.
¿Cómo puede un padre dejar de implorar por su hijo?
He venido a mostrar. Pero no sólo enseño con mis palabras. Escuchad mis obras, leed mi ejemplo.
Me conocéis. ¿Cómo puedo exigirle una prueba de fe a quien trae una prueba de amor?

domingo, 15 de marzo de 2015

Juan 3, 14-21

Dijo Jesús: 
De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, 
para que todos los que creen en él tengan Vida eterna. 
Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. 
Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.» 
El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. 
En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. 
Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. 
En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios. 


Él ha traído la luz. Ha revelado el camino.
Un camino por el que llegarán hasta la puerta de la Vida los dispuestos a caminar a ciegas, guiados por su corazón. Un camino por el que transitarán sin fin aquéllos de vista aguda que no quieran mirar hacia la luz.
"Pero... ¿cómo incorporarse al andar de Jesús?"
Atended: ¿cuál es su origen?
"¿Nazareth?"
... Su madre. María. Ella es la raíz.
Es la puerta a través de la cual ha llegado la luz al mundo. Sin embargo, fue escogida por no necesitar entender. Desprenderos del miedo. Soltad las riendas. Renunciad, también, a cuanto os proporciona seguridad.
Para llegar a la puerta final, debéis partir de María. Despojaros, para poder entregar. Cerrad los ojos, para poder ver.


sábado, 14 de marzo de 2015

Lucas 18, 9-14

Refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola:
"Dos hombres subieron al Templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano. 
El fariseo, de pie, oraba así: 'Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. 
Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas'. 
En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: '¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!'. 
Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado". 


Cien caballeros partieron a la batalla. Frente a ellos, un campo yermo y una muralla.
Cien caballeros partieron al despuntar la mañana.
Con las primeras cuestas quedaron atrás los de pesada armadura. Corazas pulidas, escudos gallardos y pañuelos de damas en las lanzas. Volvieron sus monturas, pues el terreno no era adecuado para su pesada apostura.
Espigados y veloces, los jinetes más jóvenes cargaron con valor... mas de forma prematura. No pudiendo mantenerse al galope y aún estando lejos de la primera empalizada, su furia se tornó en brío y éste en trote cansado. Con los primeros dardos sobre ellos, la línea se dispersó, perdiendo furia, brío, armas y juventud.
El resto, al ver mermado su respaldo y la altura del muro que sortear, prefirió aplazar el ataque para una más conveniente ocasión.
Mas quedó en el campo un caballero ciego que no podía guiarse por las formas de la realidad. No portaba armadura. Tampoco escudo. Había llegado hasta este día con la esperanza de encontrar tras los muros a una persona querida. Ni gloria, ni ambición, ni botín guiaron su paso. Él, desde la oscuridad, sólo anhelaba la luz...
No vio la muralla. No vio las flechas. Simplemente, avanzó.
De repente los silbidos cesaron. También el calor del sol. Y el caballero cruzó el muro de piedra para encontrar a su amor.
https://youtu.be/X3nad0Miff0