Jesús dijo a sus discípulos:
«Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso.
No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados.
Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes».
Hay jueces sin carrera que resultan los más rápidos en desenfundar el arma del juicio. Mirada firme, pulso seguro, sentencia certera...
Hay jueces sin carrera con una innata capacidad para juzgar. Tienen la potestad de hacerlo, primero. Segundo, el don de acertar.
Todos a su alrededor son objeto de su juicio. Ellos, desde el centro, ven el universo girar y lo que escapa a su orden es que se debería ordenar.
Son jueces con el privilegio de no poder ser juzgados, no tanto porque lo impida la norma, sino porque su criterio es fiel de la balanza... ¿Quién va a ver una mancha en el modelo inmaculado?
...
Otros, no juzgan errores ajenos. Se ocupan de abrazar al que siente frío, porque el frío hace errar. Y se centran en juzgarse para seguir sin juzgar.
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