Seis días antes de la Pascua, Jesús volvió a Betania, donde estaba Lázaro, al que había resucitado.
Allí le prepararon una cena: Marta servía y Lázaro era uno de los comensales.
María, tomando una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, ungió con él los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. La casa se impregnó con la fragancia del perfume.
Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dijo:
"¿Por qué no se vendió este perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres?".
Dijo esto, no porque se interesaba por los pobres, sino porque era ladrón y, como estaba encargado de la bolsa común, robaba lo que se ponía en ella.
Jesús le respondió: "Déjala. Ella tenía reservado este perfume para el día de mi sepultura.
A los pobres los tienen siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre".
Entre tanto, una gran multitud de judíos se enteró de que Jesús estaba allí, y fueron, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado.
Entonces los sumos sacerdotes resolvieron matar también a Lázaro,
porque muchos judíos se apartaban de ellos y creían en Jesús, a causa de él.
"Gracias por venir a tu casa. Pareces cansado."
Gracias Marta. Estoy bien.
"¿Cómo fue tu entrada en Jerusalén?"
Por dentro, un camino hacia el patíbulo. Por fuera... triunfal.
¿Qué haces María? Levanta...
"Si pudiéramos desaparecer... Amanecer en una tierra limpia, vacía, sólo con agua y con luz...
No salgas ya de esta casa, te necesitamos."
Quiero mostraros el último tramo del camino hacia ese amanecer.
Yo lo conozco. Seguidlo.
Tras la noche me encontraréis.
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