Entraron en Cafarnaún, y cuando llegó el sábado, Jesús fue a la sinagoga y comenzó a enseñar.
Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas.
Y había en la sinagoga un hombre poseído de un espíritu impuro, que comenzó a gritar:
"¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios".
Pero Jesús lo increpó, diciendo: "Cállate y sal de este hombre".
El espíritu impuro lo sacudió violentamente y, dando un gran alarido, salió de ese hombre.
Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: "¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y estos le obedecen!".
Y su fama se extendió rápidamente por todas partes, en toda la región de Galilea.
En esos días su fama ya se había extendido por la región. Era rara la mesa en torno a la que no se hubiera hablado ya de Él. Pero sólo fueron unos cientos los que acudieron.
Muchos de los que le conocían tampoco se movieron. "¿Qué tiene de extraordinario un igual?"
Es más cómoda una salvación colectiva. Un mesías que libere el país. Un juicio espectacular al que seguir esperando. Y mientras se espera... seguir viviendo.
"Seguramente sus proezas son sólo trucos o tienen explicación. O son fruto de la exageración o de la mentira..."
Pero, al verle, al oírle, algo te dice que te habla. Que el juicio, tu juicio, ya está teniendo lugar. Y que ya no hay juez más allá de ti.
Abre tus manos. Abre tu pensamiento. Abre tu corazón. Y deja que caiga a la tierra todo lo que a ella te habrá de atar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario