Y Jesús, llamando otra vez a la gente, les dijo: "Escúchenme todos y entiéndanlo bien.
Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre.
¡Si alguien tiene oídos para oír, que oiga!".
Cuando se apartó de la multitud y entró en la casa, sus discípulos le preguntaron por el sentido de esa parábola.
El
les dijo: "¿Ni siquiera ustedes son capaces de comprender? ¿No saben
que nada de lo que entra de afuera en el hombre puede mancharlo,
porque
eso no va al corazón sino al vientre, y después se elimina en lugares
retirados?". Así Jesús declaraba que eran puros todos los alimentos.
Luego agregó: "Lo que sale del hombre es lo que lo hace impuro.
Porque
es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las
malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios,
los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino.
Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre".
Más nos valdría tener los ojos vueltos hacia dentro, pues de dentro llega nuestro enemigo.
Fuera está el espejismo, la trampa y la tentación, pero el lobo sale de la madriguera de nuestro corazón para hartarse y llenarse la panza de orgullo y oro... adivinad qué será de la bestia cuando trate de alcanzar la nueva orilla.
Pero si nuestro mirar apunta hacia el mundo y no hacia nuestras entrañas es porque más importante que detectar el peligro es vislumbrar los asideros de la salvación. El peligro, al fin y al cabo, podemos sentirlo surgir desde su abismo teniendo los ojos cerrados...
No mires tan sólo. Abre los ojos. Distingue tu salvavidas en este mar agitado. Olvídate de mantenerte a flote, acércate al que se agita por no morir ahogado. Tiéndele la mano, que ofreciéndosela serás izado y llevado al puerto seguro.
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