martes, 24 de febrero de 2015

Mateo 6, 7-15

Jesús dijo a sus discípulos: 
Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. 
No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan. 
Ustedes oren de esta manera: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre, 
que venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo. 
Danos hoy nuestro pan de cada día. 
Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. 
No nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del mal. 
Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. 
Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes. 


Nos decía que no habláramos mucho al rezar.
La palabra que brota de la boca, flota en la superficie y ya ha sido instruida para presentarse ante el mundo. La palabra pronunciada por los labios ya está vestida para aparecer en sociedad. La recién nacida en tu interior, en cambio, conserva la pureza imperfecta del niño sincero.
La palabra aprendida nace en una botella, la que brota a borbotones lo hace fresca como el manantial.
No importa la riqueza del instrumento, sino la belleza de la melodía.
Esa melodía que Dios conoce y valora, pues su Reino está hecho de sinfonías inmensas y de pequeñas canciones, todas ellas nacidas de humildes trozos de madera.
...
Que tu petición no sea para ti. Que sepas embellecer lo que te presente  la vida. Y que tus actos hablen de tu agradecimiento.

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