En esos días, volvió a reunirse una gran multitud, y como no tenían qué comer, Jesús llamó a sus discípulos y les dijo:
"Me da pena esta multitud, porque hace tres días que están conmigo y no tienen qué comer.
Si los mando en ayunas a sus casas, van a desfallecer en el camino, y algunos han venido de lejos".
Los discípulos le preguntaron: "¿Cómo se podría conseguir pan en este lugar desierto para darles de comer?".
El les dijo: "¿Cuántos panes tienen ustedes?". Ellos respondieron: "Siete".
Entonces él ordenó a la multitud que se sentara en el suelo, después tomó los siete panes, dio gracias, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que los distribuyeran. Ellos los repartieron entre la multitud.
Tenían, además, unos cuantos pescados pequeños, y después de pronunciar la bendición sobre ellos, mandó que también los repartieran.
Comieron hasta saciarse y todavía se recogieron siete canastas con lo que había sobrado.
Eran unas cuatro mil personas. Luego Jesús los despidió.
En seguida subió a la barca con sus discípulos y fue a la región de Dalmanuta.
¿Recuerdas aquella tarde? Preguntó "¿Cuántos panes tenemos?"
Era poco, pero dimos todo.
Parecíamos locos... Doce amigos que, como toda preparación para iniciar su camino, abandonan lo poco que tienen... Doce amigos en torno a Él que, para multiplicar, sólo saben dividir...
Y ¡vaya si multiplicamos! Cada miga de ese pan volvió a ser semilla viva que al día siguiente voló en todas las direcciones haciendo germinar nuevas locuras como partir tu capa con el indigente o dar como limosna tu propio pan.
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