Se acercó a Jesús un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: "Si quieres, puedes purificarme".
Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Lo quiero, queda purificado".
En seguida la lepra desapareció y quedó purificado.
Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente:
"No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio".
Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a él de todas partes.
"¿Podremos también nosotros sanar?"
Ya escuchasteis a ese hombre...
"Dijo que tú, si querías, podías sanarle, pero nosotros no tenemos tu poder."
¿No? Tenéis poder para curar heridas más profundas. Y mil ocasiones se os presentarán para decir "quiero" o callar.
Quiero escucharte. Quiero tenderte mi mano. Quiero compartir mi abrigo y mi pan. Quiero ofrecerte mi parecer. Quiero poderte ayudar. Quiero llorar contigo. Quiero contigo reír. Quiero creer en ti. Quiero no poseerte. Quiero que brilles. Quiero perdonarte y a ti pedirte perdón. Quiero darte las gracias. A tu lado quiero caminar...
¿Que no podréis curar? No hay mayor lepra para el hombre que la falta de amor.
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