Un sábado, enseñaba Jesús en una sinagoga. Había una mujer que desde hacía dieciocho años estaba enferma por causa de un espíritu, y andaba encorvada, sin poderse enderezar.
Al verla, Jesús la llamó y le dijo: «Mujer, quedas libre de tu enfermedad.» Le impuso las manos, y en seguida se puso derecha. Y glorificaba a Dios.
Pero el jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús había curado en sábado, dijo a la gente: «Seis días tenéis para trabajar; venid esos días a que os curen, y no los sábados.»
Pero el Señor, dirigiéndose a él, dijo: «Hipócritas: cualquiera de vosotros, ¿no desata del pesebre al buey o al burro y lo lleva a abrevar, aunque sea sábado? Y a ésta, que es hija de Abrahán, y que Satanás ha tenido atada dieciocho años, ¿no había que soltarla en sábado?»
A estas palabras, sus enemigos quedaron abochornados, y toda la gente se alegraba de los milagros que hacía.
¿Querrías que hoy curase a tu hijo?
¿Querrías que hoy te escuchara a ti?
¿Y si tu último día fuera un sábado?...
¿Esperas que te reciba cuando vengas a mí?
...
No dejes que la métrica ahogue a los versos libres...
No cronometres las caricias de una madre...
Deja que llueva sobre estas frentes resecas
y no seas tú quien le quite el vaso al último de la fila,
que por más pequeño no ha de tener menos sed.
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