En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: «Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.»
Les preguntó: «¿Qué queréis que haga por vosotros?»
Contestaron: «Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.»
Jesús replicó: «No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?»
Contestaron: «Lo somos.»
Jesús les dijo: «El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado.» Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan.
Jesús, reuniéndolos, les dijo: «Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos.»
"No lo entiendo. ¿No habías venido a salvarnos?
¿Por qué te vas a dejar matar?"
Porque no me matarán. ¿Recuerdas aquella tarde junto al mar?
Van a a hacer que mi pan cale hasta el último de vosotros. Y vosotros me llevéis hasta el último confín.
"Pero nosotros ya te queremos... y llevaremos tus enseñanzas hasta donde quieras...
No hace falta que mueras."
Pero es que es ésa la enseñanza última. El fruto ha de caer para que su semilla germine. Y no sólo al final... sino cada día.
Renuncia... y tendrás,
Dividiéndote, multiplicarás.
...
Y mira... es necesario que me veas recorrer todo el camino. Todo. Hasta que vuelva a vivir.
Así, sabrás que si lo sigues, aunque lo recorras a oscuras, también te espera la luz.
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