Después que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a
que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras
él despedía a la gente. Y, después de despedir a la gente, subió al
monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras
tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas,
porque el viento era contrario. De madrugada se les acercó Jesús,
andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se
asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma.
Jesús les dijo en seguida: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!»
Pedro le contestó: «Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua.»
Él le dijo: «Ven.»
Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a
Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a
hundirse y gritó: «Señor, sálvame.»
En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: «¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?»
En cuanto subieron a la barca, amainó el viento.
Los de la barca se postraron ante él, diciendo: «Realmente eres Hijo de Dios.»
Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret. Y los hombres de
aquel lugar, apenas lo reconocieron, pregonaron la noticia por toda
aquella comarca y trajeron donde él a todos los enfermos. Le pedían
tocar siquiera la orla de su manto, y cuantos la tocaron quedaron
curados.
Todavía era de noche. Andrés dormía.
Sorprendido al verle en paz, envuelto en su manto junto a la pared, su carcelero golpeó la puerta.
"¡Levanta! Hoy toca morir."
Andrés abrió los ojos y recordó... La cruz.
Él, desde el atrio del sueño, acababa de decirle de nuevo "¡Ven!"
Andrés se puso en pie. Sacudio su ropaje y respondió.
"Hoy toca andar sobre el agua. Voy."
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