martes, 2 de junio de 2015

Marcos 12, 13-17

Le enviaron después a unos fariseos y herodianos para sorprenderlo en alguna de sus afirmaciones. 
Ellos fueron y le dijeron: "Maestro, sabemos que eres sincero y no tienes en cuenta la condición de las personas, porque no te fijas en la categoría de nadie, sino que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios. ¿Está permitido pagar el impuesto al César o no? ¿Debemos pagarla o no?". 
Pero él, conociendo su hipocresía, les dijo: "¿Por qué me tienden una trampa? Muéstrenme un denario". 
Cuando se lo mostraron, preguntó: "¿De quién es esta figura y esta inscripción?". Respondieron: "Del César". 
Entonces Jesús les dijo: "Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios". Y ellos quedaron sorprendidos por la respuesta. 


"Debemos separarnos del dinero..."
¿Del dinero? Sería sencillo que ésa fuera la única divisoria... pero no.
"¿Podemos emplearlo, entonces?"
Si no... ¿cómo habríais de comprar pan?
Mirad más allá de la superficie. No se trata de evitar el contacto con él... es como el agua que os rodea cuando un río cruzáis. Pero no dejéis que cale dentro, que traspase vuestra piel, que adormezca vuestros sentidos, que anegue vuestros pulmones, que cale hasta empapar vuestro corazón... Si así lo hiciere, su rastro pudriría vuestras entrañas... y pronto la muerte cetrina afloraría en vuestra piel.
...
Pero no sólo es el dinero.
Es el afán de protagonismo, el ansia de dominar, el egoísmo, las ganas de imponeros sobre otros... cualquier cosa que postergue el deseo y la acción de amar. Discernid y vigilaros, porque esos lastres no traen el sello de César. Se acuñan en vuestro interior.

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