Un escriba que los oyó discutir, al ver que les había respondido bien, se acercó y le preguntó: "¿Cuál es el primero de los mandamientos?".
Jesús respondió: "El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor;
y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas.
El segundo es: Amarás a tu prójimo como a tí mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos".
El escriba le dijo: "Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que él,
y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios".
Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: "Tú no estás lejos del Reino de Dios". Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
"¿Por qué está cerca del Reino? Él no te sigue..."
Porque el camino estaba allí antes de que yo viniera a iluminarlo. Y porque seguirá, ahora visible, cuando yo vuelva al Padre.
Todo el que por él transita es diferente en su origen, en la época en que deja huella su caminar, en su herencia, en sus vocablos, en la luz que le rodea... pero, aunque la superficie parezca diversa, hay una misma savia bajo la piel.
No importa su procedencia, su historia, su lengua. La llave es su corazón, que bombea al mundo sangre agradecida, sedienta, despierta, que mira al cielo mientras camina, con la mano del alma vacía y tendida hacia todo el que la vida le acerque.
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