En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero. Por eso os digo: No estéis agobiados por la vida, pensando qué vais a comer o beber, ni por el cuerpo, pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad a los pájaros: ni siembran, ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos? ¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida? ¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues, si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe? No andéis agobiados, pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los gentiles se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso. Sobre todo buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura. Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos.»
Pero no llegaba a verlo.
Al volverse de nuevo, observó cómo otro hombre algo más mayor que él se encontraba en una situación similar. Flexionando la rodilla, trataba de alcanzar un bulto que había en el suelo procurando que ninguno de los paquetes y bolsas que llevaba escaparan de sus brazos para caerse también.
Mientras, una mujer de mediana edad, también enormemente cargada, se acercaba andando con cuidado y mirando de reojo para no tropezar.
Sintió que si no localizaba su objeto caído, otro se detendría y lo lograría coger. Inclinó levemente el cuello hacia su derecha tratando de ver lo que había delante de él... cuando uno de los bultos que no tenían un contacto directo con su brazo se deslizó y cayó. Un reflejo le impulsó a cogerlo, y varios objetos más escaparon a su abrazo cayendo al suelo también. ¡No podía ser! No recordaba ni el tiempo que llevaba recogiendo y acumulando ese equipaje y ahora, por una tontería... todo se podía echar a perder... Y los demás no podían ayudarle, estando todos ocupados cargando sus propios tesoros... ¿Qué hacer? Volvería a coger todos... uno a uno... primero los más grandes, los pequeños por el cordón... si los cogía de forma ordenada tal vez, incluso, podría recolocarlos mejor... pero, estando en dicho pensamiento, aprovechó para erguirse y estirar su espalda entumecida. Notó la suave brisa. También un suave baño de sol. Y dirigió la mirada algo más lejos.
Una muralla, un telón alto, blanco, inmenso, sin final. Una puerta. Y un pomo para poderla abrir. Varios hombres y mujeres, cerca de ésta. Cargados, desconcertados. Un montón de paquetes en el suelo... puede que del último que pasó.
Aún no había obtenido una orden de su cerebro sobre cómo reaccionar cuando sintió que le llamaban. Era un hijo lo que se había caído. Lo que había provocado el desplome de su montón.
...
Avanzó unos pasos entre los bultos. Tomó el pomo con su mano. Miró a su hijo. Y abrió.
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Avanzó unos pasos entre los bultos. Tomó el pomo con su mano. Miró a su hijo. Y abrió.
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