martes, 9 de junio de 2015

Mateo 5, 13-16

Jesús dijo a sus discípulos: 
Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres. 
Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. 
Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. 
Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo.

"Pero... ¿De qué les puedo hablar?"
Háblales cara a cara. Mírales a los ojos. Desnuda ante ellos tu alma y diles, sólo, qué hay en tu corazón. No prepares argumentos. No hay discurso que repetir. Háblales de tu esperanza, de tu anhelo sencillo, casi infantil.
Pero también diles que conoces el camino. Que Él lo ha recorrido antes... Y que deseas con todas tus fuerzas que te escuchen, que confíen, que el tesoro que les entregas es fuente de vida mientras estén vivos y la vida misma después de morir.  Diles que sigan sus pasos. Que la puerta se llama Jesús.
Y cuando estés cansado... Acuérdate de María. Ponte en sus manos. Entonces es el momento de que confíes tú.

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