Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús.
Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.»
Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.»
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos.
Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros.»
Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.»
Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!»
Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.»
"Tomás. No creo."
Acércate. Ven a nuestra lumbre.
...Ven. Si no ves, ven.
Coge ahora mi mano. Si no crees, cógela.
No soy quién para darte el don de la fe...
No tengo pruebas que enseñarte. Sólo acompáñame.
No hay prisa, pero sigue caminando.
No hay prisa. A nadie tienes que decir
si ya tus ojos ven en lo oscuro
o si la noche aún no te deja salir.
Ven. Sólo camina a mi lado.
Muchos seguimos sin ver...
mas entre todos avanzamos
hacia ese lugar sin sitio
donde volver
a nacer.
Es cierto, Luis, no somos quien para transmitir la fé, es una forma de conocimiento innata, que algunos se esfuerzan en ignorar
ResponderEliminarGracias Juan. A falta de fe, creo que sirve la esperanza, fe de los pobres, movida por el corazón... unida a la confianza -de "fiarte"- movida por nuestra voluntad.
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