En aquel tiempo, subió Jesús a una barca, cruzó a la otra orilla y fue a su ciudad. Le presentaron un paralítico, acostado en una camilla.
Viendo la fe que tenían, dijo al paralítico: «¡Ánimo, hijo!, tus pecados están perdonados.»
Algunos de los escribas se dijeron: «Éste blasfema.»
Jesús, sabiendo lo que pensaban, les dijo: «¿Por qué pensáis mal? ¿Qué es más fácil decir: “Tus pecados están perdonados”, o decir: “Levántate y anda”? Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados –dijo dirigiéndose al paralítico–: Ponte en pie, coge tu camilla y vete a tu casa.»
Se puso en pie, y se fue a su casa. Al ver esto, la gente quedó sobrecogida y alababa a Dios, que da a los hombres tal potestad.
"Sí. ha sido él. El hombre del camino."
Cuenta... ¿Cómo es?
"No es fácil... Él es... un espejo. Sentí que estaba delante mí mismo... pero entero. Delante de mí... pero grande... como un sol, como un imán... profundo como el mar, próximo como el aire que inspiras, cálido como mi padre, añorado como mi hogar..."
¿Qué te dijo?
"Que me perdonaba mis pecados..."
¿Y eso hizo que te pusieras en pie?
"No... pero sus palabras tenían forma de mano... tendida para que me pudiera levantar."
¿Eso fue todo? ¿Con eso anduviste?
"¡Qué va!
Con eso volveré a casa... pediré perdón y besaré la mano de mi esposa...
Con eso he comenzado a volar."
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