miércoles, 8 de julio de 2015

Mateo 10, 1-7

En aquel tiempo, Jesús, llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia. Éstos son los nombres de los doce apóstoles: el primero, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo, el publicano; Santiago el Alfeo, y Tadeo; Simón el Celote, y Judas Iscariote, el que lo entregó. 
A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: «No vayáis a tierra de gentiles, ni entréis en las ciudades de Samaria, sino id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca.»


"¿Hacia dónde partirás mañana?"
No partiré. Tengo trabajo aquí.
"Creía que estabas deseando emprender camino y alejarte de nuestra cuna..."
Empezaré por el principio, por el cimiento. He de revisar los pilares.
"¿De esta ciudad? Ya les conoces..."
No... Jerusalén llegará. Primero revisaré los míos. Estas últimas semanas han dejado su huella y siento que aún no puedo partir.
"Te haría bien..."
¿Dejar tareas pendientes? ¿Respuestas sin responder?
De verdad... necesito, primero, quedarme a solas. Y examinarme a su luz... ¿Estaría Él contento con todos mis sentimientos? Y no hablo del miedo... Él sólo diría No te preocupes, es normal. Bastante haces con combatirlo. No... hablo del rencor. Hablo de que me siento maltratado injustamente. Hablo de no olvidar...
Necesito templar una hoja. Una vez lo haya hecho, saldré limpio a batallar.

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