jueves, 9 de julio de 2015

Mateo 10, 7-15

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «ld y proclamad que el reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis. No llevéis en la faja oro, plata ni calderilla; ni tampoco alforja para el camino, ni túnica de repuesto, ni sandalias, ni bastón; bien merece el obrero su sustento. Cuando entréis en un pueblo o aldea, averiguad quién hay allí de confianza y quedaos en su casa hasta que os vayáis. Al entrar en una casa, saludad; si la casa se lo merece, la paz que le deseáis vendrá a ella. Si no se lo merece, la paz volverá a vosotros. Si alguno no os recibe o no os escucha, al salir de su casa o del pueblo, sacudid el polvo de los pies. Os aseguro que el día del juicio les será más llevadero a Sodoma y Gomorra que a aquel pueblo.»

¿Recuerdas qué te pedía tu hijo, cuando era niño, al acostarse?
¿Acaso pedía dinero?¿Preguntaba el saldo de tu cuenta?
¿Puedes quedarte conmigo? decía...
¿Puedes quedarte conmigo?... cada anochecer.
Y tú. Al recoger su mano en el interior de la tuya... ¿pensabas en algo más que en dar las gracias por su venida?
Dinero... el necesario para su sustento. Alforjas y oro encofrado... ¿para qué?
¿Qué recibiste gratis? ¿Una posición acomodada? ¿Belleza, algún don que te hace destacar de entre otros... inteligencia tal vez? Poco vale esa herencia que habrás de administrar con humildad... pues el verdadero talento que recibes, amigo, es ser amado. Es amor.
No hay sustancia más preciada ni más contagiosa a la par... Si, recibiéndolo, no lo multiplicas, date por juzgado a la vez.

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