En aquel tiempo, los fariseos planearon el modo de acabar con Jesús. Pero Jesús se enteró, se marchó de allí, y muchos le siguieron. Él los curó a todos, mandándoles que no lo descubrieran. Así se cumplió lo que dijo el profeta Isaías: «Mirad a mi siervo, mi elegido, mi amado, mi predilecto. Sobre él he puesto mi espíritu para que anuncie el derecho a las naciones. No porfiará, no gritará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará, hasta implantar el derecho; en su nombre esperarán las naciones.»
"¿Qué te harán?"
Tratarán de borrarme. Mi cuerpo, mis pasos... Mas mi palabra...
En vosotros vivirá...
...
Llevadla hasta los que esperan.
Al silenciado, prestad la voz.
Al derribado tended vuestra mano.
Al incorrecto... escuchad.
...
"Y a nosotros... ¿nos buscarán?"
Seréis sillares desechados.
Predicadores sin título,
rebaño que añora al pastor.
Seréis mendigos durmiendo en el parque...
los primeros en ver el sol.
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