En aquel tiempo, exclamó Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.»
"Estás muy callado..."
Hoy se ha acercado a mí el escriba... Quería hablarme a solas.
Me ha hecho ver que no estoy preparado para guiar a otros. Que no soy quién para aconsejar ningún camino. Que seré culpable, si lo hago... que conducir a otros a oscuras es una irresponsabilidad.
"¿Cómo estás?"
Bien, hermano.
"¿Le has respondido?"
Sí.
Le he preguntado cuántas horas pasa fuera del templo o de su casa. Cuántas deambula de noche rodeado de oscuridad. Cuántos días no se ha acostado ahíto. Cuántos no ha tenido techo bajo el que dormir...
Me ha respondido que, por supuesto, ninguno. Que él no busca, porque ya conoce la ley. Que a él no le falta sustento ni casa, porque cumple una función relevante en nuestra comunidad.
"Seguro que le has dicho algo..."
No.
Bueno, sólo una cosa... Pero tranquilo... con una sonrisa: que para buscar a Dios, el hambre de luz y la pobreza no son carencias. Son más bien una condición.
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